La conducta de los hombres, si bien particular y propia de cada uno, se ajusta a ciertos tipos humanos agrupados en caracteres antropológicos, temperamentales, psicológicos y sociales. Existen sobre el particular distintas clasificaciones fruto del estudio y observación empírica, subsumidas principalmente en dichos factores ora acentuados, ora combinadas, dando lugar a distintas escuelas científicas surgidas en Europa y Estados Unidos, respectivamente, las que en términos generales se agrupan en escuelas biotipológica, sociológica y ecléctica. Estos quehaceres científicos alimentan a otras ciencias aplicadas como la criminología, la penología, la política carcelaria y el derecho penal.
Existen diversas clasificaciones de los tipos humanos, desde la que pueda parecer lejana de Miguel de Cervantes Saavedra, de personajes quijotescos (de los que quedan pocos) y sanchescos (que abundan). Atendiendo el carácter “convulsivo, cambiante del mundo… vivimos aterrados, desconcertados”, dice José Sánchez Trincado -no obstante que sus comentarios pertenecen a la década de los años 40 del Siglo XX-; en lo psicológico considera a los veleidosos, los que transcurren de una actitud caprichosa pero pasajera, para volver a la pasividad; los vibrátiles, sensibles, de reacciones inmediatas a las incitaciones del tiempo y de la realidad; los vacilantes, incapaces de un comportamiento firme; los volubles, carentes de constancia, pasan de un posición a otra.
Sigmund Freud, por su parte, clasifica tipos eróticos, instintivos, ansiosos de amar y ser amados; obsesionales, atingidos por exigencias morales y narcisísticos, enamorados de su propio yo. Sin duda sobresale Ernest Krestchmer por su biotipología vinculante al delito y a la conducta material de los individuos, que tiene en la Criminología de Huáscar Cajías Kaufman uno de sus más diestros divulgadores.
Los tipos krestchmerianos son el atlético, el leptosomo y el pícnico, si bien advierte tratarse de especímenes de valor medio, “superpuestos y acentuados”. Esta escatología corporal se corresponde en lo psíquico con los temperamentos esquizotímicos y ciclotímicos. Cuando los individuos trascienden los parámetros de la normalidad se les conoce como esquizoides y cicloides. El enfoque biotipológico no descarta las influencias sociales en concomitancia con la especies delictivas.
Los atléticos (físicamente compuestos) son explosivos, se inclinan por delitos violentos. Los leptosomos (delgados), son fríos, inteligentes, calculadores, cometen delitos de estafa. Los pícnicos (contextura gruesa) son ágiles mentales, se integran bien en la sociedad, se les encuentra entre los estafadores, de preferencia se dedican al comercio, a la industria.
Carl G. Jung, en una visión casi de uso vulgar, distingue tipos extravertidos e introvertidos, según se centren en objetos externos o en su “propia intimidad”, encontrando también a los ambivertidos. Entre los muy cercanos seguidores de Kretschmer, L. Corman ve los dilatados y los retractados y afirma que “el rostro es la tarjeta de visita de la constitución humana”.
Ahora bien, al margen de lo que tienen de somático los alcances citados, el medio ambiente social influye notabilísimamente en las conductas criminales, de ahí que desde el punto de vista de la sociología criminal los factores son vastos si se comienza de los antiguos estudios del relieve geográfico y del clima, surgiendo los más recientes de la familia, la educación y la docencia, la política, la economía y la asociación criminal en todas sus variedades.
Gabriel Tarde aporta valiosos estudios sobre el fenómeno social de la imitación y sus poderosas repercusiones en los delitos. Nótese cómo el cine, la televisión y los medios audiovisuales se suman de modo determinante a esta problemática. Si observamos la criminalidad en el país en estos tiempos, nos sobrecoge que el feminicidio, las violaciones, el tráfico y trata de personas, el infanticidio y el maltrato a la niñez, etc., se encuentran en proceso de conversión en pandemia criminal de muy acentuado carácter social, aunque algunos de dichos delitos pueden responder a la biotipología individual, una clara causa de las incitaciones activas o pasivas proviene de las familias y también de la liviandad moral de la docencia formadora de niños y jóvenes -previas las excepciones del caso- confirmando el acierto de la recurrencia imitativa, especialmente en una etapa por excelencia asimilativa del ejemplo.
La imitación en su práctica sucesiva deriva en cultura, por supuesto, para mal de la sociedad. No se debe descartar que inclusive cada sector de la población así como las clases sociales, ofrecen incidencias en unos delitos más que en otros y, por ello, la recurrencia de ciertas conductas antisociales ancladas en esos segmentos se hacen claramente explicables, sin que, empero, alguien se atreva a aplicar la terapia correspondiente.
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