Hay ocasiones en la vida cuando todo se conmociona en el interior de nuestros seres; son momentos especiales que nos impulsan a decir: ¡Gracias! Es un gracias tan especial, que no cabe en su significado semántico porque encierra a un especialísimo momento existencial, en el cual se concentran todas las fuerzas interiores que nos conforman, nos mueven y nos conmueven. Son momentos en los que entramos en contacto con la sabiduría del amor actuante; y, entonces, estamos envueltos en el ámbito de lo trascendente que nos lleva a ese más allá capaz de llenarnos y realizarnos.
Eso nos ha sucedido a miles de bolivianos durante la visita del papa Francisco a nuestro país. El Pontífice ha actuado derramando amor y sabiduría a cada instante, al tocar a niños y ancianos; al hablar con los personajes del país, y al expresarse ante la gente sencilla, incluso los marginados recluidos en la cárcel. Todo eso ha sido una gracia, un don venido de las entrañas mismas de la bondad de un hombre que no dice amar, sino ama sin decirlo, porque es un ser que se ha unido de tal manera con la bondad divina que ya no es él, sino un instrumento de Dios para entregar los regalos que Él quiere dar al ser humano en un momento específico: este que vivimos los bolivianos.
En la palabra de Francisco ha latido la vida, la sinceridad del sembrador que hoy echa semilla espiritual en los corazones, para mañana cosechar el fruto madurado en el seno del misterio del hombre que se deja tocar por lo invisible actuante. Nos ha enseñado que debemos dejar atrás las ideologías, para concentrarnos en la vida palpitante de problemas y de desafíos que tenemos en las manos.
Debemos pasar de los enunciados teóricos, muchas veces cargados de prejuicios, de rencor y de odio, prestos a la confrontación que desgasta las fuerza sociales al mostrar a un “enemigo” por vencer; para convertirlos en realidades concretas, capaces de solucionar los problemas que nos impiden avanzar como sociedad; para humanizarnos cada vez más con la solidaridad del trabajo en común, y hacer de nuestro medio un sitio de concordia, de diálogo, de paz, haciéndolo, a veces, a tropezones, porque nos hemos de equivocar de buena fe, lo cual nos permite rectificar rápida y eficazmente los yerros cometidos.
El Papa nos ha repetido lo que ya sabíamos, que la historia se construye cada día con la acción libre del hombre consciente de sus necesidades vitales, y no está sujeta a supuestas leyes que nos impiden avanzar si no las seguimos. Todo eso es una gracia: el regalo de ideas, de convicciones, de respeto a la dignidad humana que actúa sin presiones de ningún tipo; y, que, por esa dignidad de hijos adoptivos de Dios, absolutamente todos, somos iguales ante el Padre, dador de gracias específicas y necesarias a cada uno, según sus necesidades.
Para el cristiano, todo es gracia, o como dice San Agustín, estamos bajo una lluvia de gracia; pero la libertad humana es tan grande, nuestro ego tan hipertrofiado, que nos atrevemos a desechar los regalos ofrecidos; nos revestimos con impermeable y abrimos el paraguas de nuestro orgullo para evitar que la gracia nos toque, pues nuestro proyecto personal, nuestra egolatría y obcecación valen más que los dones de lo superior, y los desechamos por inservibles, porque se oponen a nuestro afán de afianzar el ego sobre todas las cosas. Esta es la des-gracia, el rechazo a la gracia, el encaminarnos por rumbos de peligro que nos pueden provocar la ruina.
Gracia también es elegancia, buena educación, finura en el trato cotidiano; y, des-gracia, desde este punto de vista, todo lo contrario. Esto último ha acontecido en el acto oficial de recepción al Papa en Palacio de Gobierno, cuando el Presidente le ha regalado un objeto que era una provocación para un creyente, pues se trataba de un martillo y una hoz, en los cuales estaba fijado un hombre. Ese símbolo del materialismo ateo obsequiado al Papa ha sido un sarcasmo, un insulto al Vicario de Cristo en la tierra, que, por definición, es el primero de los creyentes en Dios y en Jesucristo, nuestro salvador, muerto en la cruz. La paciencia y diplomacia del Papa dice que no se ha sentido ofendido. Eso sólo lo hacen los grandes.
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