Buscando la verdad
La reciente visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay desató las más variadas reacciones y emociones en la gente, desde lágrimas de felicidad entre sus fieles hasta una increíble humildad en los gobernantes y un inusual fervor religioso en el ciudadano de a pie y las autoridades.
En función de la llegada al país del Papa Francisco se vio y se dio de todo, cosas buenas como el ocuparse de temas espirituales en el pueblo, un diálogo franco entre el gobierno central, departamental y municipal y, sobre todo, ¡sonrisas por doquier! Ahora que el ilustre visitante se fue, la pregunta es: ¿seguirá este alborozo de igual manera? A la luz de los acontecimientos inmediatamente posteriores, todo parece indicar que no.
Y no es algo que pase solo en Bolivia, igual acontece en Ecuador y Paraguay, donde la sociedad civil, los políticos y los gobernantes rápidamente vuelven a lo mismo. En suma, todo parece haber sido un lindo sueño con inicio y fin, cuando no debiera ser así.
Ver tanta emoción y necesidad espiritual en la gente me llevó a escribir esta columna, porque yo también una vez viví lo mismo. ¿Por qué el título, que a algunos les podrá chocar? Por la experiencia que tuve en 1988 cuando Juan Pablo II visitó Santa Cruz.
Como muchísima gente, emocionado fui al aeropuerto para -luego de horas de espera- verlo pasar raudamente en el “Papamóvil”. Como estaba invitado a la misa en el Coliseo del Colegio “La Salle”, ahí estuvimos nuevamente con quien sería luego mi esposa -Jannet- mirándolo de cerquita, obnubilados por su presencia. Fue emocionante, pero ¿cambió ello a las autoridades, a la sociedad civil y a mi persona? No...
Todo volvió a la normalidad: las protestas en las calles, las quejas contra el gobierno, la indolencia de los políticos, los problemas económicos y familiares, los dramas humanos y el dolor. ¿Por qué? Porque el hombre no puede cambiar al hombre, sólo Dios.
Pero diez años más tarde algo verdaderamente extraordinario pasó -conocí a otro personaje que llegó- ninguna autoridad lo recibió, no fue preciso construirle algo previo, tampoco cortar el tráfico, ni hacerle un homenaje público ¡la prensa ni se enteró! fue algo muy personal: recibí el toque de Dios -a Jesús como mi Salvador y Señor, y todo empezó a cambiar para bien, mi vida espiritual, mi salud, mi matrimonio, mi familia, mis finanzas, y desde ese día no puedo dejar de hablar de Él porque ya no vivo yo, Cristo vive en mí, y Él quiere darle a Ud. lo que me dio a mí: su amor, gozo y paz…
El autor de esta nota es Pastor y Anciano en el Centro Cristiano Evangélico “Casa de Oración”.
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