Adela Cortina
Que políticos célebres den a conocer sus memorias y reflexiones no es ninguna novedad, lo nuevo en los últimos tiempos y en España es que sufrimos una auténtica inundación. Libros de Anguita, Aznar, Bono, Díez, Guerra, Iglesias, Llamazares, Pujol, Rajoy o Rivera, entre muchos otros, ocupan los estantes de las librerías y suscitan comentarios en medios y redes. La pregunta va de suyo: ¿a qué se debe este incremento exponencial? Por supuesto, se debe al afán de tener presencia también por este medio, al deseo de no perder cuota en el mercado de votos cuando los demás competidores utilizan también este recurso. Conseguir una buena puntuación en los rankings de celebridad es una aspiración muy justificada, porque se traduce en votos contantes y sonantes para el propio partido.
Contar un relato además de un programa de gobierno es implicar al lector en un proyecto. Pero tal vez haya además otra razón, otra forma de marketing político que puede ser muy inteligente si las cosas se hacen bien. Al parecer, el cerebro humano es un procesador de historias, más que un procesador lógico, y una manera efectiva de llegar a las gentes es contarles un relato, y no sólo un programa político. Los programas son áridos y de inseguro cumplimiento, mientras que unas memorias pueden implicar al lector en un proyecto sin que apenas lo perciba. Ésta es una elemental lección de retórica. A fin de cuentas, la vida humana no es sólo biológica, sino sobre todo biográfica, está cargada de valores que impregnan las historias, y cuando el lector conoce ese relato puede sintonizar inconscientemente, mucho más que con una argumentación. Tal vez por eso, según dicen los editores, las novelas interesan al público, pero…
Y hablando de conocidos, es indudable que hoy, a diferencia de otras épocas, los políticos ocupan en ese ranking los primeros puestos, porque su presencia inunda noticias, tertulias, redes. Los políticos están en el candelero en punto a notoriedad, incluso sobrepasando los límites de lo razonable. A pesar de la insistencia verbal en que la democracia es cosa de los ciudadanos, no hay grupo político que no intente rentabilizar hasta la saciedad la figura de su líder. Parece, pues, que sus biografías puedan llevar aparejado, en principio, cierto éxito editorial.
Por si faltara poco, ellos conocen desde las bambalinas cómo se gestaron acontecimientos que los ciudadanos conocemos sólo como espectadores y afectados, y acercarse a sus biografías puede revelarnos por fin las claves internas de las tramas que han tejido nuestra vida común. Sin embargo, esa proliferación de relatos tiene sus luces y sus sombras, porque la vida, como decía García Márquez, al comienzo de su autobiografía, “no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Y si para atraer voluntades se recuerda justamente algunos acontecimientos, otros se olvida y otros se inventa, las imposturas se desvelan antes o después. Por eso, para crear adhesiones en una ciudadanía madura hay que contar historias verdaderas y presentar programas veraces con buenos argumentos.
La autora es Catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.
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