Por: Beatriz Guillén
Madrid (El País).- Una caja de cartón decorada con pegatinas de promoción del local y con una apertura en la parte superior es todo el sistema de cobro del que dispone esta librería.
Cuando el lector ha curioseado y elegido las obras que quiere llevarse, Jiménez les pone un sello, rojo, para recordar su origen. A partir de ahí, el encargado desaparece: no sabe cuánto dinero mete el cliente en la caja.
“Nos da absolutamente igual cuánto pague la gente. No hemos venido a ganar dinero, queremos mantenernos y extender la lectura”, asegura el joven.
Además de este pago voluntario, Libros Cercanos ofrece otra modalidad para llevarse libros: hacerse socio por 10 euros. Con ese carné —válido durante seis meses—, el usuario tiene seis visitas a la librería en las que puede llevarse hasta seis ejemplares en cada una de ellas. Salen las cuentas: 36 obras por un solo billete rojo. Pau Sola, de 24 años, es socio desde que conoció la librería porque “sabía que iba a volver más veces”. En esta ocasión ha preguntado por obras de Calderón de la Barca, pero no tenían nuevos ejemplares.
“Aquí funcionamos con donaciones, de particulares principalmente, así que no podemos elegir qué libros nos llegan. Dependemos de lo que la gente quiera dar”, justifica Jiménez. Entre los más de 10.000 libros acumulados, hay autores desde Carpentier, Unamuno y Vargas Llosa, hasta George R. R. Martin con su popular saga Juego de Tronos. Todo cabe en este local de 60 metros cuadrados; todo, menos las novedades. “No somos una librería al uso. Cuando alguien viene pidiendo libros actuales lo derivamos a cualquiera de las otras librerías del barrio”, razona el encargado.
La llegada de fondos donados es también la llegada de sorpresas enterradas: libros descatalogados, obras que se creían perdidas o ediciones que ya no pueden encontrarse. Fue el caso de un volumen de antropología que un biólogo que llevaba meses buscándolo encontró en Libros Cercanos. “Solo lo había localizado en Argentina y costaba 60 euros. Me dio hasta un abrazo”, se ríe Jiménez.
Este filólogo hispánico trabaja de corrector y desde que empezó con la librería corrige allí los textos. Él pasa el 70% del tiempo al frente del local, mientras diez voluntarios cubren el resto de horas. Nadie cobra nada, así que todos mantienen sus trabajos y sacan tiempo para estar unas horas. La librería no genera ganancias: el dinero que da la venta de las obras y la cuota de los socios se utiliza para cubrir los gastos de alquiler, electricidad y recogida de libros. De momento, Jiménez está sorprendido con el resultado ya que el balance no es tan negativo como esperaban para los primeros meses y las pérdidas son asumibles.
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