José Luis Bautista Vallejos
Siempre nos reímos de quien hace la diferencia, de quien rema en sentido contrario a la corriente. De hecho, la historia mundial está plagada de varios ejemplos que corroboran la idea de que a la gente común no le atrae mucho lo que es distinto. A muchos les convence más la opción de acomodar sus opiniones y acciones a aquellas de la mayoría. Esa parece ser la fórmula que mágicamente pretende solucionar los pequeños y grandes conflictos de la sociedad, pues, por más que alguien tenga objeciones a lo que esa mayoría propugna, debe someterse a ella; siguiendo, así, el instinto del rebaño.
De este modo, ya no se trata de la diversidad del pensamiento humano, sino del servilismo e inutilidad de la muchedumbre, o sea la colectivización del individuo y, por ende, su completa anulación en los planos social, cultural y tecnológico. Y nos reímos de quienes piensan diferente, nos burlamos de quienes pretenden separarse de aquella jauría y volar... Nos reímos... y la debacle de nuestra civilización se produce frente a nuestros ojos.
Penosamente, ese instinto del rebaño impera en la sociedad boliviana con muestras alarmantes. Aunque carnavales se festeja a partir del día sábado y se prolonga hasta el martes, en las oficinas públicas ya no hay atención desde el viernes, por causa de la famosa “c’halla”. El reloj boliviano es tan especial que en él cabrían 24 relojes ingleses, paradigma inmejorable de cumplimiento y puntualidad. O sea, la productividad de un día boliviano se ve superada 24 veces por un solo día inglés. Ese detestable fenómeno del rebaño también ha hecho carta de naturaleza en la educación, particularmente en escuelas y colegios del país.
La “mayoría” de los estudiantes no aspira a la excelencia sino que, por ese espíritu conformista y aborregado, se resigna por anticipado a aprobar una materia con la módica escala del 51. Esto se proyecta, también, de manera preocupante, a universidades y otras instituciones de educación superior. ¡Cuántos dentistas no pueden curar ni una muela! ¡Cuántos abogados ni siquiera pueden redactar un memorial! ¡Cuántos puentes se caen por malos diseños de ingenieros! Esto debe cambiar.
Bolivia se está incendiando y hay muy pocos pajarillos que tratan desesperada y denodadamente de apagar aquel fuego incontenible llevando en sus picos un poco de agua. ¿De qué lado están las y los jóvenes de esta generación? ¿Del lado de los que se ríen y se burlan? ¿O del lado de aquellos que, cansados de hacer nada, se ponen el overol y ayudan a salvar al país?
Bolivia no necesita más bachilleres que llenen las calles de indecisiones, incertidumbres y frustraciones; necesita jóvenes, hombres y mujeres que amen este país a tal grado que se esfuercen al máximo de sus posibilidades para hacerlo más progresista, más confortable y, también, más humano. En rigor, se precisa que estos(as) jóvenes puedan enmendar su rumbo, dejando de deambular parasitariamente por la vida y encauzar sus anhelos hacia la consecución de metas importantes, guiados(as) por trabajo, esfuerzo y perseverancia. Sólo así habrá valido la pena el sacrificio de varias familias durante 12 años, el espíritu consecuente de varios relevos de profesores en una carrera cuyo destino último ignoraban, y la esperanza del groso de la población nacional que aguarda un futuro mejor y asume que ese próvido porvenir está en el trabajo tesonero y dedicación de quienes hoy son jóvenes.
Creo firmemente que una Bolivia mejor puede conseguirse. Creo firmemente que las y los jóvenes de esta generación pueden ayudar a lograr ese propósito, para gloria de Dios, para el bienestar de toda la comunidad nacional y para el progreso de todas las familias de nuestra valiosa y vigorosa juventud.
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