Por Pilar Quijada
Si la que manda es una mujer, sus subordinados masculinos se lo toman peor y se muestran más asertivos con ella que si el jefe fuera otro hombre. Es decir, que a ellas les ponen más pegas a lo que ordenan, sugieren o quieren que hagan. Es al menos lo que concluye un estudio de la Sociedad de Psicología Social y de la Personalidad americana.
Igual que ocurre en España, en Estados Unidos las mujeres están menos representadas en los puestos de alta dirección, pero en los niveles de gestión medios y más bajos están casi a la par con sus colegas masculinos en los puestos de mando.
Según apuntan los investigadores, el motivo de esta actitud masculina podría estar en que “el concepto de masculinidad es más difuso en las sociedades donde los roles de género se desdibujan, con más mujeres cada vez en los puestos de mando y también ejerciendo el papel de cabeza de familia”. Y en este terreno inseguro, “incluso los hombres que están a favor de la igualdad de género pueden ver estos avances como una amenaza a su masculinidad, ya sea de forma consciente o no”, apunta Ekaterina Netchaeva.
En tres experimentos diferentes, el equipo de Netchaeva descubrió que los hombres se sienten más amenazados cuando tienen que rendir cuentas a una mujer.
En un primer experimen-to con 76 estudiantes uni-versitarios (52 varones, 24 mujeres) llevado a cabo en una universidad de Estados Unidos, a los participantes les dijeron que ten-drían que negociar su salario en un nuevo puesto de trabajo con el director de recursos humanos, que podía ser un hombre o una mujer.
Después de la negocia-ción, los participantes fue-ron sometidos a una prueba para medir la amenaza implícita percibi-da, en la que tenían que reconocer palabras que aparecían en la pantalla de un ordenador durante una fracción de segundo. Se considera que quienes hi-cieron referencia a más palabras relacio-nadas con las amenazas, incluyendo “miedo” o “riesgo”, se sentían más ame-nazados.
Los participantes masculinos que ne-gociaron con una gerente puntuaron más alto en la prueba mencionada an-tes, es decir, se sentían más amenaza-dos, y presionaron para lograr un salario más alto (49.400 dólares en promedio), en comparación con sus colegas varo-nes que negociaron con otro hombre, al que como media reclamaron un salario inferior en 7.000 dólares (42.870 dólares en promedio).
Sin embargo, el género del gerente no afectó a las mujeres participantes. Aun-que todas negociaron salarios bastante más bajos que sus colegas varones, de 41.346 dólares como media, lo que refleja el hecho de que las mujeres tien-den a ser menos agresivas que los hombres en las negociaciones, explica Netchaeva.
En otro experimento, 68 estudiantes universitarios varones tenían que decidir cómo dividir un bono de 10.000 dólares con otro miembro del equipo, que podía ser una mujer, un hombre o incluso el jefe. Los participantes varones repartían el dinero al 50% con sus colegas sin distinción de sexo. Pero cuando tenían que repartir con el jefe, si era una mujer, trataban de quedarse ellos con más dinero que si la figura de autoridad era otro hom-bre.
En un tercer experimento llevado a cabo en línea con 370 participantes adultos (226 varones y 144 mujeres) de Estados Unidos, los hombres eran más receptivos a los supervisores del sexo femenino que se describían como proactivas y directas que a las que buscaban su promoción y el poder. En concreto, los participantes varo-nes trataron de mantener una mayor proporción de la bonificación de los 10.000 dólares si la gerente era descrita como ambiciosa. Mientras que las mujeres parti-cipantes ofrecieron más o menos la misma cantidad del bono a todas las mujeres directivas, independientemente de su mo-tivación.
El comportamiento asertivo de los hombres frente a las mujeres en un puesto de mando, es decir, su mayor disposición a hacer valer sus derechos, puede interrum-pir la dinámica de trabajo y la cohesión del equipo y afectar directamente al rendi-miento, señala Netchaeva.
“En un mundo ideal, los hombres y las empresas estarían preocupados por estos resultados y tratarían de modificar su com-portamiento. Pero si no lo hacen, ¿dónde deja eso a las mujeres?”, se pregunta Netchaeva. “Dadas las fuertes normas sociales que rodean la masculinidad, puede ser difícil para los hombres reconocer o cambiar su comportamiento”, augura y advierte de que si los hombres no cambian su actitud, la mujeres directivas podrían renunciar a mostrarse ambiciosas para subir puestos en el escalafón con tal de man-tener relaciones armoniosas en el lugar de trabajo.
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