Miguel Ábalos
En el transcurso de la vida, en distintas etapas de su existencia, el hombre sueña con que el destino le otorgue lo más deseado. Sus sueños son muy variados, de acuerdo a su sentir y pensar, a su personalidad. Puede desear una propiedad, un auto, viajar por el mundo, triunfar en su deporte favorito, ser un brillante profesional...
Así podría enumerar infinidad de sueños, muy diversos entre sí. La mayoría de ellos dependen únicamente de su fuerza de voluntad y mucho trabajo y sacrificio para lograrlos. Sabemos que todo lo que depende únicamente de cada uno es posible y hasta lo que parece imposible sólo cuesta un poco más, siempre que no se claudique antes de llegar a la meta.
Pero en algunas ocasiones, el sueño de lograr lo que más se quiere, involucra implícitamente a otra persona, totalmente ajena. Aun así la mente humana no se detiene y fija un punto para lograr su objetivo. Sus días y sus noches se hacen cortos o largos, de acuerdo a cómo cami-na su pensamiento. Por supuesto que ese estado lo va empujando a una situación de obsesión casi enfermiza.
Me refiero concretamente a aquél que se enamora de otra persona sin que ésta sepa absolutamente nada ni tenga la más leve sospecha de lo que pasa. El silencioso enamorado empuja sus días y sus noches en un afán de lograr su sueño, esperando un milagro que no llega, y casi sin darse cuenta, su personalidad comienza a tener cambios. Va perdiendo parte de su autoestima por sublimar a ese otro ser... que sólo es uno más de este planeta, con sus defectos y virtudes, muy lejos de ser ese dios que no existe más que en la fantasía de su cerebro. Un dios creado por la mente ya enferma del enamorado.
¿Qué puede suceder el día que ya no pueda soportar más tanto plomo y ponga de manifiesto sus sentimientos, hasta ese momento ocultos, y decida confiarlos a la persona involucrada? Si es honesta, pueden suceder dos cosas: o lo acepta complacida, o simplemente lo rechaza con delicadeza con el fin de no herir al enamorado.
Si sucede esto último, sufrirá una terrible desilusión que sólo con el tiempo po-drá superar. Pero si sucede lo contrario, tocará el cielo con las manos y casi inconscientemente agradecerá a su destino.
Después del desenlace positivo en el que alcanzó su meta, la persona enamo-rada va recobrando, lentamente, su verdadera y auténtica personalidad, tal como la tenía antes de enamorarse. Entonces, pasado el deslumbramiento, comienza a ver en ese dios artificial que creó su mente, actitudes y formas de ser que no le agradan, y aunque siempre estuvieron en él, fueron cubiertas por la ceguera de su amor. Logrado el objetivo todo vuelve a la normalidad y aquel ser que se endio-só vuelve, también, a ser un simple mortal con más defectos que virtudes.
No muere el amor, si es auténtico, pero sí comienza a decaer, lentamente, la figu-ra agigantada por el deseo ansiado por largo tiempo. Pasan los años y todo pare-ce tomar forma y estabilizarse. Aunque inevitablemente, surgen pequeñas y grandes discrepancias que comienzan a deteriorar la relación.
La persona endiosada por el enamorado vivió siempre ajena a aquellos sentimien-tos que fueron más allá de lo lógico... y se rebela. Por lo tanto, es imprevisible el desenlace que pueda tener una historia como ésta, en que la realidad demuestra que los sueños, cuando involucran a ter-ceros... sólo sueños son.
Canelones, Uruguay.
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