Algo más que palabras
II
Verdaderamente, el mundo está hecho para repoblarse continuamente de seres vivos. Y en este sentido, para forjar un futuro mejor para las generaciones venideras, es imperioso promover una economía al servicio de toda la población mundial, así como activar una sana política, capaz de poner las instituciones al servicio de los ciudadanos, para superar presiones o cualquier otro síntoma de corrupción. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento “no matarás” cuando “un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”.
Tema grave, gravísimo, y aunque puedan parecernos palabras densas y fuertes, la crueldad radica en dejar que la desesperación de algunos no cese jamás en vida, mientras otros, hasta por divertimento, lo derrochen todo, sin importarles para nada el bien colectivo, adueñándose del planeta como si fuera exclusivo de los poderosos, obviando muchos gobiernos el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, cuando en verdad deberíamos responder eficazmente ante cualquier violación.
Pese a los enormes desafíos del momento actual, creo que han de propiciarse los debates a escala global y nacional sobre los derechos humanos y el desarrollo de la especie, centrándose a mi manera de ver, mucho más en el ser humano como tal, que es víctima y verdugo a la vez en tantísimas ocasiones, sobre todo a raíz del aluvión de deterioros humanos percibidos ante la falta de ética y, por ende, de humanidad perdida, proyecto que ha de ser recuperado cuanto antes.
Por desgracia, no se puede avanzar en la medida en que los políticos caminen obsesionados sólo por atesorar o agrandar el poder, en lugar de servir a la ciudadanía. Junto a este pelaje ha crecido, asimismo, una legión de oportunistas que únicamente piensen en el rédito económico, en vez de activar el capital humano, que es lo verdaderamente progresista y rompedor. Pensemos, que mientras más vacío esté el alma de los moradores, más necesitados andaremos de objetos de deseo; aunque luego, tras su uso, los tiremos porque ya no sirvan. Naturalmente la humanidad tiene que humanizarse con otros hábitos, para empezar renunciando a un mercado tentador y muy acaparador, sólo así podrá revivirse en esa deseada alianza entre la hoy maltrecha población y el actual maltratado medio ambiente.
Hace falta, por tanto, que la población vuelva a sentir que todos somos parte de un todo, que tenemos una responsabilidad de poner orden en nuestras existencias. De ninguna manera podemos resistir ante este huracán persistente de degradación moral que nos invade. No me cansaré de escribirlo, de vociferarlo, puesto que estoy sugestionado que burlándonos de la honestidad nos estamos engañando, primeramente cada cual consigo mismo, y después, mofándose de nuestra propia bondad interior, como si fuésemos un trozo de materia sin voluntad.
En consecuencia, es el momento de situar los problemas de la población en la perspectiva de un destino armónico, donde la decencia sea el abecedario permanente, mediante acciones conjuntas y valientes, para que cada ciudadano pueda hallar, por sí mismo, ese horizonte humanitario de autenticidad que engrandece al propio linaje. Todos somos conscientes de que ese camino no es fácil, porque se trata nada menos que de cambiar mentalidades, formas de vivir y de ser, pero confiemos en ese reforzarse como ciudadanía nueva, bajo el referente de la escucha a todo y a todos.
Hoy más que nunca, las personas de todas las culturas pueden influir de manera positiva unas en otras, cuando menos para hacernos reconsiderar nuestras acciones, crecidas por la violencia y la dominación de pensarnos dueños del universo. En cualquier caso, es bueno que nos interroguemos, y tengamos tiempo para hacerlo, máxime cuando cavilamos por un mundo más equitativo, y no escuchamos a los excluidos.
Por ello, estoy convencido de que la nueva población necesita otras motivaciones y, sobre todo, un camino educativo más acorde con la propia naturaleza creada. En definitiva, lo que le ha pasado a nuestra población es que su retroceso está ahí, más allá de la crisis financiera; y, lo nefasto del momento, es no ir al corazón del problema, que radica en el desprecio por algunos seres humanos (los marginados) y en el menoscabo de buena parte del hábitat; a la que, por cierto, ya le cuesta seguir la secuencia de vivir y dejar vivir.
El autor es escritor.
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