Hace pocos días, Bolivia ha perdido a uno de sus hombres más preclaros: Luis Ramiro Beltrán Salmón, el comunicador que ha trabajado en ese campo tan difícil como es el de aclarar y precisar cómo se establece el acto de la comunicación humana: la interrelación entre lo que se dicen dos personas, utilizando el mismo idioma, la misma actitud, etc., con el objetivo de comprenderse lo más perfectamente posible la una con la otra; y, de esta manera, establecer puentes vivos de intercambio de ideas, de ayuda capaz de integrar a seres humanos entre sí, para construir una sociedad en la cual todos puedan entenderse lo mejor posible, beneficiándose todos con este dar y recibir influencias, ideas, mentalidades que enriquezcan y humanicen más y más tanto al hombre concreto, como al grupo social en el que se desenvuelve.
Sus trabajos en ese campo le han valido el Premio McLuhan—Teleglobe de Comunicación, en 1883, con el cual honró a nuestro país; posteriormente, en 1997, se le ha conferido el Premio Nacional de Periodismo, fuera de otros que fue ganando a lo largo de su existencia. Hoy, que necesitamos tanto el desarme espiritual de las personas para que nuestro país pueda transitar por los caminos de la concordia, de la paz y la fraternidad, necesitamos de personas como Luis Ramiro Beltrán, y sentimos mucho su ausencia; porque él podría aplicar sus conocimientos para lograr algo muy complicado: conseguir que las personas digan realmente lo que sienten y piensan, sin tapujos, sin segundas intenciones, sin soberbias que rebajan la calidad del ser humano, y lo convierten en hermano del padre de la mentira.
Conocí a Luis Ramiro en la casa de Monseñor Juan Quirós, cuando, habiendo llegado del Ecuador, donde desempeñaba una importante tarea internacional, pudo visitar a los miembros del grupo “Prisma”. Allí comenzó una larga amistad, interrumpida, hoy, por la muerte.
¿Quién fue este hombre de alta talla moral e intelectual? Hijo de Luis Humberto Beltrán y Bethsabé Salmón, nació en Oruro a principios de 1930, ambos dedicados al periodismo. Quizá por eso, cuando la Guerra del Chaco puso fin a la vida de su padre, Luis Ramiro, a los 12 años de edad, comenzó a trabajar en el periódico “La Patria” de su ciudad natal, pues contaba que, el entonces Director de ese órgano de prensa, Rafael Ulises Peláez, dijo: “Este chico trae la tinta de imprenta en las venas”. De esta manera, a sus 16, era nombrado Jefe de Redacción de “La Patria”. No obstante eso, no interrumpió sus estudios de humanidades y salió bachiller del Instituto Americano de La Paz.
Por ese tiempo pudo viajar a EEUU, por seis meses, con una invitación de ese país. De esta manera comenzó su ligazón con la democracia occidental, y se afianzaron sus relaciones con el campo de la Comunicación, pues pudo visitar el “New York Herald Tribune”, las “Naciones Unidas”, centro de comunicación tergiversada y manipulada por el inicio de la guerra fría entre EEUU y la URSS, y otros sitios donde se manejaba, bien o mal, la comunicación, sus técnicas y secretos. Posteriormente, ya en Bolivia, entró a trabajar en el periódico “La Razón”, porque, habiéndose afiliado a la Asociación Social Demócrata, posteriormente Partido Social Demócrata, habló representando a la juventud de esa tendencia en el acto de fundación de ese nuevo partido, donde estaba presente Alfonso Crespo Rodas, entonces Director de ese cotidiano, tan prestigioso. De esta manera, su vinculación con la prensa fue para toda la vida.
Los avatares de nuestra vida política marcaron a Luis Ramiro Beltrán, pues pudo asistir a las marchas de protesta que antecedieron al levantamiento del 21 de julio de 1946, y sus trágicos, cuanto funestos resultados. En ese entonces, contaba que su madre llegó desesperada desde Oruro, y venciendo mil dificultades, pudo estar con el hijo a lo largo de esos amargos días. También pudo ver la revolución del 9 de abril de 1952, ocasión en la que, arriesgando la vida, pudo salvar a su amigo Ricardo “Palillo” Ocampo, herido por causalidad en las cercanías de la UMSA.
Ese hombre ha muerto, y merece la admiración y respeto de los bolivianos.
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