Hoy la comunidad tolera la “defensa de género” patrocinada por grupos feministas radicales, enfrentados, por lo visto, abiertamente al “machismo discriminatorio”, aunque no distinguen entre culpables e inocentes. No toman en cuenta -a la hora de sus deshonrosas demostraciones públicas- si se trata de inocentes, incluso niños o personas ajenas al litigio; no muestran conciencia de que su “lucha” no es contra las personas e instituciones particulares civiles y religiosas sino contra el sistema en general que, infortunadamente, sigue consagrando una lacra universal que es el machismo.
Señala al respecto el escritor Raúl Prada: “se juzga sustituyéndose el análisis por el juicio, pero en el sentido condenatorio; no racional. Para éstos, el mundo se divide entre buenos y malos, entre justos e injustos, entre realistas y utopistas, entre amigos y enemigos; colocándose del lado de los buenos, de los justos y legítimos como víctimas. Los demás son condenados; satanizándolos. Provocando finalmente a todos, divisiones profundas y duraderas sobre heridas que no terminan de cicatrizarse”.
Deplorablemente, el “feminismo” criollo demostrado hoy se limita a una “réplica de agravios”, resulta egocéntrica, ofensiva y provocadora; indiferente ante una verdadera crítica racionalista pacífica y unificadora de las estructuras sociales, en rescate del progreso alcanzado, restringiendo lo odioso, ampliando lo favorable. Se incorpora, sensiblemente, al perverso anarquismo, sumiéndonos aún más a quienes concluyentemente no comprendemos su problema.
Se debe entender el feminismo considerando al menos el criterio de la premio Nobel de la Paz Aung San Kyi y de otras internacionalistas como Hebe de Bonafini, Martha Alanis, Dora Koledeski, Mónica Gonzales, Mirtha Videla y Florentina Gómez, todas ejemplos de coraje civil por el derecho universal del ser humano, en la saludable batalla contra la discriminación de género y la violencia sexual (hoy centro de debate en los gobiernos), y no en defensa exclusiva de la mujer como sujeto. Ellas sostienen que definitivamente su lucha en pro de la democracia y los DDHH, en contra el abuso de poder y a favor también de hombres y niños, es no violenta.
Han denunciado, por ejemplo, el dilema de la maternidad con un modelo de imposición social y de confinamiento al rol sin apoyo alguno, poniendo al descubierto los obstáculos e impedimentos contra la función de madre en plenitud. Y junto a ellas, el periodismo femenino internacional ha conseguido en la última convención de Naciones Unidas hacer ratificar no sólo el compromiso de eliminación de toda forma de discriminación de género, sino principalmente su permanente monitoreo a cargo de las mismas.
Pero la violencia que debía estar desterrada de una sociedad civilizada -de grupos activistas, particularmente en nuestro medio, que en principio manifestaban originalidad y respeto, despertando simpatías-, ingresa hoy a un estado de psicosis de persecución, degenerando en libertinaje irracional.
Estos actos patéticos (que son una nueva forma de violencia) nos indignan, pero principalmente nos inquietan y conmueven por haber derivado en afrentas, haciendo que nuestra comunidad viva permanentemente en penitencia.
“A la igualdad de género le falta recorrer un largo camino”, señala Margaret Gallager (figura clave en la creación de la alianza global de género y un referente permanente sobre el tema en el mundo) en su libro “Oportunidades desiguales; mujeres y medios”, donde expresa que “…todas llevamos una mochila pesada, con brillantes, pero también con piedras opacas; no obstante tenemos todo para alcanzar una vida plena…. todo por ganar, nada que perder”.
El autor es abogado.
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