Tres condiciones necesarias para una vida plena que fortalezca la seguridad de la familia, que señalen perspectivas y esperanzas para asegurar tranquilidad, revitalizar las virtudes y acrecentar los valores del ser humano, encierran las palabras del Papa Francisco durante su visita a nuestro país. Él, preocupado por la situación del hombre que se ve obligado a enfrentar diversas dificultades no sólo para vivir en armonía con sus semejantes sino para asegurar el bienestar de su vida familiar, concibe que, conjuntamente los valores espirituales que implican amar y servir a Dios y al prójimo, son precisas las condiciones que aseguren derechos.
Poseer la tierra, naturaleza que da frutos en bienes y servicios, que proporciona alimentos, que asegura la vida del ser humano, que consolida la libertad y garantice condiciones de equidad, ecuanimidad y justicia; que junto a esa tierra se tenga el techo seguro que albergue la vida de los hombres, mujeres, niños y ancianos; la tenencia de un trabajo seguro y bien rentado, digno y respetado, un trabajo productivo y que, por sus beneficios y resultados, signifique amor y dedicación, respeto y consideración por los derechos de los demás.
Esos tres derechos, en palabras del Vicario de Cristo, se hacen “derechos sagrados”; es decir que deben ser respetados e inviolados, perfeccionados y productivos; deben ser básicos para el entendimiento y armonía entre hombres y naciones porque, con las tres condiciones y su cumplimiento, deben desaparecer las causas de enfrentamientos, egoísmos, ambiciones hegemónicas e injusticias nacionales e internacionales que degradan, destruyen y minimizan la vida de los pueblos.
Muchas veces, y en todos los gobiernos del mundo, se ha sostenido la urgencia de conseguir el desarrollo y progreso de los pueblos en condiciones de paz y dignidad con el reinado de las libertades y la justicia; pero, debido a intereses mezquinos, a posiciones chauvinistas y demagógicas, a ambiciones sectarias y que obedecen a intereses creados, muchos regímenes se han prestado a que la injusticia, el nomeimportismo, la desidia y la falta de valores y principios, se ignoren los derechos humanos o se los disminuya en aras de la economía, de la fabricación y difusión de armas, del surgimiento de conflictos que han derivado en guerrillas o guerras que han implicado la muerte de millones de personas.
Tierra, techo y trabajo, no siempre han sido premisas a cumplir de gobiernos totalitarios o dictaduras implantadas en muchas naciones por doctrinas políticas contrarias al reinado de la paz, la concordia y las ansias de desarrollo y progreso de los pueblos. Generalmente, los países han alcanzado posiciones de desarrollo debido al esfuerzo personal y familiar de personas que han visto posibilidades en el trabajo de la tierra y multiplicación de los beneficios que puede proporcionar; que han comprobado que sólo la unidad de propósitos, la práctica de virtudes en que estén encerrados los principios de la fe, el amor, la paz y la justicia pueden conseguirse sistemas democráticos donde los derechos de todos sean tomados en cuenta y debidamente respetados; pero, nunca han faltado quienes usen todos los bienes destinados a todos, sólo en beneficio personal o de entornos generalmente cómplices de hechos contrarios a las leyes y que sirven sólo para acrecentar poderes políticos y económicos en desmedro de los pueblos, así sea degradando y destruyendo la naturaleza y los valores que tienen las naciones.
Tierra, seguridad del techo que abrigue condiciones de vida digna, y disfrute de trabajo honesto y responsable, capaz de solventar la existencia del entorno familiar y del pueblo o nación respectivos, son, pues, condiciones que nadie debe soslayar y, al contrario, proteger, favorecer su crecimiento y cumplimiento en favor de todos los componentes de la sociedad sin exclusiones ni discriminaciones de ninguna clase.
La práctica efectiva de esas tres condiciones puede ser clave para que los países ricos entiendan, en conciencia, el papel de solidaridad que deben tener con los pobres, pero no con dádivas ni ayudas que, muchas veces, denigran, lastiman y hasta destruyen los ánimos de quienes, por sus propios medios, buscan abandonar la pobreza y la dependencia. Que los países poseedores de riquezas y tecnología, con capacidad y conciencia de servicio de sus valores humanos, sean parte de la vida de los pobres con la seguridad de que los beneficios que vayan a lograrse, serán parte de su propia vida.
Tierra, techo y trabajo en todo lo que significan, será posible en el mundo tanto cuanto haya fe, amor y esperanzas para todos; pero, muy especialmente, cuando se hayan desterrado los odios, los complejos, la corrupción, el narcotráfico, el contrabando, el terrorismo y los males apocalípticos que buscan destruir al mundo.
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