Yuri Mirko Ríos Madariaga
El felino sagrado de los tiwanakotas ha regresado, se lo creía extinguido desde hace mucho de la extensa meseta andina: el altiplano, a 4.000 metros de altura. Al respecto, el Libro Rojo de la Fauna Silvestre de Vertebrados de Bolivia (2009) menciona: “La extinción del puma en las tierras altas es una pérdida para el ecosistema por la función de carnívoro terciario que tiene esta especie. Así, también representa una pérdida para la biodiversidad andina”.
Una leyenda extraída de viejos textos sobre el remoto pasado de los Andes, según el extraordinario cronista Fray Baltasar de Salas dice: “Uno de los dioses más antiguos del Imperio, el Paa Zuma (que presidía los destinos del Universo), reinaba en una ciudad paradisiaca en el fondo de un valle fértil, pleno de árboles maravillosos. Un día las aguas subieron tanto que lo invadieron y ningún habitante escapó de la espantosa inundación, era el Diluvio Universal Andino. Solamente un felino que brincó hasta la cima del sol, que luego se convirtió en la isla sagrada en medio de un mar lacustre, pudo salvar la vida. Cuando el sol se apagó, sólo se veían las pupilas del puma de ojos resplandecientes. Durante mucho tiempo fue la única luz que iluminó el lago, que percibían los pueblos de las cordilleras. Cuando bajaron las aguas y ellos se atrevieron a descender hasta la orilla del lago formado a raíz del cataclismo reciente, adoptaron al puma como tótem supremo”.
Si en el viejo Egipto de los faraones, la cobra era el símbolo de la energía suprema que liberaba al hombre de los elementos infrahumanos y taras psicológicas que le mantenían inconsciente y le impedían ascender en el campo espiritual, en el Tiwanaku ancestral esta energía siempre fue simbolizada por el puma, y todo aquel iniciado que lograba trascenderla a través del trabajo interno, era devorado por el fuego sagrado del puma, es decir, se convertía en un Hombre Puma o Chacha Puma (dios felino con cuerpo de hombre), y sólo así era digno de ingresar al señorial templo de Puma Punku (Puerta del Puma).
Asimismo, la Puerta del Sol, indiscutiblemente el icono de Tiwanaku, trabajada en un solo bloque de andesita, tiene grabada en la parte superior frontal una representación del dios Wiracocha (Hombre-Sol). De su cabeza emergen 24 rayos solares, siete de los cuales sorprendentemente terminan en cabezas de puma, sin tomar en cuenta las existentes en el resto de la figura ni las que están incluidas en la mayoría de los seres alados (Hombres Cóndor y Hombres Puma) que veneran al dios central.
La importancia del felino tiwanakota una vez más queda evidenciada en los hallazgos que en 2013 la investigación arqueológica subacuática denominada “Wiñay Marca”, respaldada por el Ministerio de Culturas y la Universidad Libre de Bruselas, dio a conocer luego de la recuperación de las profundidades del lago Chucuito -cerca de la Isla del Sol- de aproximadamente 2.000 objetos de incalculable valor histórico, entre conchas, piedras preciosas y láminas de oro, además de fragmentos de cerámica y vasijas con la infaltable cabeza de puma, que podrían datar de 2.000 a 2.500 años de antigüedad.
El felino dorado aparentemente de nuevo marcará sus huellas en los dominios que antaño le fueron arrebatados. La paja brava, la yareta y la helada noche invernal volverán a percibir su imponente presencia. Sin embargo, su sobrevivencia implica que enfrente y salte vallas casi infranqueables, las mismas que el hombre actual creó: el miedo y la animadversión hacia él. Sus presas nativas fueron cazadas hasta el exterminio casi total (guanacos, quirquinchos y chinchillas), y el resto de los camélidos -ahora domesticados- representan el sostén de los pueblos originarios, empero sus antepasados veneraron al puma, el alma de los Andes.
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