En las relaciones internacionales tienen que predominar siempre el equilibrio y el respeto mutuo. No es cuestión de intemperancias y menos de incurrir en posiciones contrapuestas de un día para el otro.
Si bien Bolivia tiene suficientes razones para demandarle a Chile que repare, en algo, el gran daño que le hizo de cerrarle las puertas al mar, a la par de haberle arrebatado por medio de las armas ingentes riquezas naturales, en la actualidad el mejor recurso reivindicatorio que tiene es el diálogo, para lo que no cabe suscitar entredichos que sólo derivan en tensiones y mayores distanciamientos.
No es razonable que un día se requiera la participación de ex presidentes de la República para diseñar una estrategia que conduzca al logro de este objetivo y, al otro día, se amenace con la posibilidad de expulsar del país al Cónsul acreditado por Chile ante el Gobierno nacional.
Si se sabía que el representante chileno se hallaba en “andanzas” que preocupaban al oficialismo, era mejor no comprometer a ex gobernantes para obtener su apoyo y cooperación, en el propósito de encontrar una solución a la demanda marítima.
Peor todavía, si en determinado momento se acoge casi favorablemente la propuesta del Gobierno de Santiago, de restablecer las relaciones diplomáticas con Bolivia, pero súbitamente se cambia de parecer para alcanzar tal posibilidad.
Cuando se presentan situaciones como la referida, lo prudente y apropiado es actuar en reserva, con la finalidad de salvar las diferencias que aún subsistan, como por ejemplo plantear o desechar condiciones.
En eso consiste la diplomacia, de otra forma en el mundo no habría amistad ni acuerdos internacionales para actuar conjuntamente, en uno u otro sentido.
Los procederes en esta materia tienen que ser cautelosos y muy meditados, a menos que se tengan ambiciones territoriales o planes de avasallar a otros países, como pretendieron hacer Hitler y Stalin. Ambos tan sólo por egolatría personal.
El diferendo con Chile no se presta a decir palabras más o menos, sino a seguir una trayectoria formal, constante y digna de ser respetada y merecedora del respaldo de otras naciones.
De nada servirá, en este caso, haber conseguido que el ex presidente Carlos Mesa recorra el mundo con el afán de dar a conocer las razones que tiene Bolivia para recuperar una salida soberana al mar, si su labor se la estropea con cambios posicionales imprevistos.
Los efectos se traducen, más bien, en inconsistencias y desprestigio respecto a la conducción de la política internacional de Bolivia. Así, jamás se conseguirá salir de la mediterraneidad.
La propia Corte Internacional de Justicia se sumirá en el desconcierto y lo más probable es que, en estas condiciones, ni siquiera decida tratar la demanda interpuesta por el Gobierno de La Paz.
Es urgente volver a la calma y la sensatez. Si se ha solicitado a tres ex presidentes que proyecten los pasos a seguir, en procura de volver a la vecindad del mar, lo único que queda es aguardar sus recomendaciones, que sin duda serán producto de la experiencia que tienen de haber estado al mando de la nación. A la vez, seguramente considerarán todo cuanto se hizo o no para alcanzar aquel propósito.
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