Los supuestos temores del Gobierno por la pretensión federalista de Potosí en el conflicto por sus demandas es la reedición de la conocida estrategia del antagonismo, de un enfrentamiento manido entre el “nosotros y el otro” (la otredad), que es uno de los alimentos -sino el principal- de sostenimiento del actual régimen. Tener siempre a otro a quien enfrentar. Otros fantasmas del antagonismo son el “imperialismo”, la “derecha”, el “neoliberalismo”, mañana será cualquiera.
Lo afirmado anteriormente tiene relación con la circunstancia de que Bolivia es -por lo menos teóricamente- un país “con autonomías” (como reza la CPE). Lo cierto es que la autonomía no es otra cosa que una descentralización política, prima hermana del Estado Federal.
Los Estados o son centralizados o son descentralizados política o administrativamente. La que interesa a los fines de estas líneas es la descentralización política, al mismo tiempo, axiomáticamente administrativa. La descentralización política reconoce a las unidades territoriales el derecho a elegir a sus autoridades, administrar libremente sus intereses locales o regionales, según los casos, a darse su propia Constitución (Estatuto Autonómico), por ende su propia legislación e inclusive organizar sus propios tribunales de justicia, pero bajo la tutela del Estado. En síntesis, un cuasi estado federal.
En el federalismo los estados miembros se gobiernan a sí mismos con todos los insumos anteriores, escapando en cierto modo al control del Estado, no a su autoridad, como quieren algunos tratadistas. Desde luego que cada unidad territorial tiene sus propios organismos de control. De modo que estos tipos de descentralización administrativa, política (autonomía) y federal, son grados de menor a mayor, en oposición al Estado Unitario (centralista), titular de la totalidad del poder, semejante al sol a cuyo alrededor giran las unidades territoriales. España, por ejemplo, que el Gobierno ha tomado como modelo, encubre su federalismo bajo el disfraz o eufemismo de “comunidades autónomas”.
Cuando el Estado adopta la descentralización política o el federalismo, se reserva la trilogía de la Defensa (FFAA), las Relaciones Internacionales y el Sistema Monetario. La asignación de atribuciones propias o delegadas solamente tiene efecto amortiguador. El correlato del profesor Revilla Quezada, resume bien lo expuesto: “las entidades políticamente descentralizadas son autónomas, las entidades administrativamente descentralizadas son autárquicas”. La descentralización administrativa recibe también la denominación de desconcentración.
La autonomía establecida por la CPE y la Ley Marco respectiva, al disponer que cada departamento está dotado de todas las atribuciones -ya enunciadas- respecto a la descentralización política o federalismo (párrafo segundo de este artículo), los ha convertido en unidades territoriales federales, aunque bautizados como “autónomos”. Otro tanto sucede a nivel municipal, sean unidades grandes, medianas o pequeñas.
¿Qué diferencia existe entonces entre autonomía y federalismo? Lo único que falta a los departamentos para investir a plenitud el federalismo es la facultad de darse sus propios códigos sustantivos y de procedimientos, determinar per se sus órganos jurisdiccionales y designar a los miembros de los mismos. La CPE y leyes secundarias centralizan todavía en el Tribunal Supremo de Justicia la designación de los Tribunales Departamentales; la legislación aún permanece igual para todos.
Los estados, parte de un Estado Federal como ocurre en Estados Unidos y México, tienen su propia legislación sustantiva y adjetiva. El ministro Carlos Romero dijo que Potosí -y por tanto Bolivia- no pueden ser federales por su diversidad social, pero lo desmienten EEUU, México, Brasil y otros que no obstante su diversidad étnica y social, son países federales.
Por consiguiente son oportunistas los temores al federalismo. Somos ya federales (autónomos) de derecho, aunque no de hecho, por obra del propio Gobierno del MAS cuando de súbito arrebató la bandera autonomista. Desde luego que el centralismo que imprime el actual Gobierno es más secante que el ejercido alguna vez en el país. El brumoso horizonte no impide divisar el intríngulis administrativo que tarde o temprano hará crisis por la cantidad de autonomías creadas: departamental, municipal, regional, indígena y originaria.
En el fondo es y ha de ser dificultoso que Bolivia se desligue del centralismo ancestral que la acompaña desde el lejano Imperio Incaico, la Colonia, la República y el Estado Plurinacional. Basta ver que Argentina y Brasil son federales, pero el centralismo sigue pesando específica y determinantemente.
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