La situación financiera del país ha puesto al Gobierno entre la espada y la pared en lo que se refiere a la política cambiaria, más aún por las presiones nacionales e internacionales que se acentúan y se hacen más imperativas a medida que pasan los días. La devaluación de la moneda boliviana es, según algunos economistas, industriales y exportadores, una necesidad impostergable, mientras para sectores oficiales, responsables de las finanzas del país, no constituye un problema y no debe ser motivo de preocupación de la opinión pública.
Al respecto, economistas y empresarios afirman que una devaluación monetaria es imprescindible, en vista de que las devaluaciones de varios países vecinos han puesto en serias dificultades la economía nacional y, en particular, porque están determinando factores que pueden llevar a la ruina lo que sobrevive de la industria y la agricultura que, por su parte, atraviesan momentos difíciles por políticas salariales y de libre comercio que, además, tienden a crear desempleo.
El argumento de las presiones externas sobre la economía interna sostiene que las más importantes naciones de la región han devaluado sus monedas en promedio general del 30 por ciento, hecho que pareciera no tomar en cuenta el Gobierno boliviano. En ese sentido, se estaría soslayando el hecho de que Brasil hace meses devaluó su moneda en 33%, México en 19%. Así mismo, no se miraría de frente las medidas monetarias de Argentina, que devaluó el peso en 10%, mientras Colombia lo hizo en 35%, Chile en 15% y Perú en 13%. Debe agregarse que la tendencia de esos países a dictar nuevas devaluaciones está a la orden del día, debido a factores de origen internacional. A ese panorama negativo se sumó en días recientes una crisis monetaria en China, que sin duda tendrá repercusiones significativas.
A la par de esas afirmaciones, los sectores económicos nacionales afectados vienen asegurando que por dichas devaluaciones han aumentado el contrabando y las importaciones oficiales que hacen competencia desleal a la producción nacional, con mercancías de bajo precio que, por otro lado, significan una notable fuga de divisas. Al respecto se sostiene que el país importa manufacturas, alimentos, maquinarias, repuestos, automotores, materias primas, etc., mientras exporta dólares, euros y moneda dura, acto que constituiría una sangría lamentable para la débil economía nacional, por más que se diga que ella está “blindada” y lindezas parecidas.
Mientras esas presiones están latentes, el Gobierno se hace el de oídos sordos y hasta llegó a asegurar que no se procederá a una devaluación, y que la meta para el PIB de este año será del 5,0 por ciento. Así mismo, sacó de la manga la información de que cuatro sectores de nuestra economía siguen en boya, lo que permite mantener un PIB capaz de hacer posible el pago del segundo aguinaldo y seguir su política contraria a la devaluación del boliviano. Al respecto, el Ministerio de Hacienda afirmó que el sector de la construcción llego al 8 por ciento, el de administración pública al 7,5 por ciento, el de la electricidad, gas y agua al 7 por ciento y el del transporte y otros al 6 por ciento, indicadores que servirían para seguir asegurando que el crecimiento del PIB será del 5,0 por ciento, mientras la Cepal aseguró que ese crecimiento no pasará del 4,5 por ciento.
Se podría considerar que el Ministerio de Hacienda se inclina por la no devaluación tanto por su optimista punto de vista de la economía como por razones políticas, pero no estaría considerando que se van presentando nuevas presiones internacionales que se reflejarán en Bolivia, como la inestabilidad del yen chino, el alza de precios en Estados Unidos y la caída sostenida de los precios de materias primas, problemas que, por lo demás, tendrán agudo efecto en la economía boliviana. Así mismo, se sostiene que es fácil manejar la economía de un país cuando existen grandes ingresos y no así cuando se encuentra sin las grandes entradas providenciales que hicieron posible la bonanza y el tiempo de las vacas gordas.
De ahí que el Ministerio de Hacienda se encuentra en la duda hamletiana de devaluar o no devaluar, pues si no devalúa le irá mal y si lo hace le irá peor.
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