Chile jamás ofrecerá de motu propio una reparación histórica al centenario enclaustramiento boliviano, porque una actitud de esta envergadura implicaría el retroceso en sus conquistas adquiridas “a punta de bala”.
En consecuencia es ilusorio esperar altruismo de quien se ha apropiado, con las armas, de nuestro Departamento Litoral, hace más de 130 años, cuyos bolsones de guano, de salitre, de plata y cobre fueron succionados, hasta el agotamiento, por una actitud imperialista, devastadora y saqueadora. He ahí la verdad, sin tapujos.
“Chile no vende ni regala territorios”, afirmó, en la década del 70, el canciller chileno, almirante Patricio Carvajal, en una clara alusión al tema marítimo boliviano. El dato está inserto en el libro “Guillermo Gutiérrez – Cinco retratos de un hombre”, impreso en Buenos Aires, Argentina, en 1984, pág. 147.
Esa es la teoría que ha manejado Carvajal en relación con la causa boliviana. Y Heraldo Muñoz, el sucesor político de ese jefe castrense en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, pretende desbaratar toda iniciativa o posibilidad de solución al más que centenario encierro geográfico del país, con el argumento de que “los tratados de límites tienen que ser respetados. En definitiva, agrega la autoridad, la relación de Chile con Bolivia está regida por un tratado plenamente vigente, el de 1904” (EL DIARIO, 18 de abril de 2014).
Chile está a la defensiva de quienes, a nivel internacional, no han dejado de reiterar su respaldo a la demanda marítima boliviana, que exige al vecino la restitución de su soberanía en el Pacífico, mediante el cumplimiento de ofrecimientos y la mediación de un diálogo sin subterfugios y de cara a la historia y las naciones del mundo. Por ello ha ofrecido el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el intercambio de embajadores. Incluyendo diálogo, inclusive.
La Moneda, donde se ha refugiado el poder oligárquico chileno, siempre ha incentivado el diálogo, pero dilatorio y distraccionista, a fin de no avanzar en el tratamiento del encierro geográfico boliviano, provocado por la invasión de 1879. Carvajal, en este contexto, “manifestó que las expectativas de un pronto acuerdo pecaban de optimistas, pues se trataba de una cuestión compleja que requeriría negociaciones prolongadas, a través de etapas sucesivas”. Y Augusto Pinochet agregaba: “Hay que avanzar pausadamente”. Véase “Guillermo Gutiérrez – Cinco retratos de un hombre”, pág. 147 y 160.
Ahí tenemos las pruebas fehacientes que retardaron y retardan el entendimiento amistoso, de tolerancia e histórico, en torno al asunto marítimo, entre Bolivia y Chile. Esa retardación chilena se manifiesta hoy con diferentes matices diplomáticos.
En suma: Bolivia apela a la voluntad política chilena para acabar con su centenario enclaustramiento, obra de su salvaje invasión a territorio patrio. Y es que vivimos tiempos de cambio y reflexión.
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