El Papa Francisco, consubstanciado con la naturaleza, creación sublime de Dios, se ha convertido en el lábaro que conduzca las duras batallas para preservarla, respetarla y hacerla crecer en beneficio de ésta y futuras generaciones. En su visita a Bolivia, preocupado porque los intereses materiales determinan que los gobiernos busquen utilizar los bienes naturales para convertirlos en dinero, ha dicho que “el hombre y la naturaleza no deben servir al dinero”.
Hay que reconocer que desde tiempos remotos, el ser humano está al servicio del dinero y la naturaleza es el medio para acrecentar grandes fortunas en detrimento de la vida mundial. Miles de millones de hectáreas de ricas tierras han sido convertidos en desiertos o páramos sin beneficio alguno; millones de árboles y plantas han desaparecido de la faz de la Tierra debido a la explotación inmisericorde a que han sido sometidas para agrandar financieramente la economía mundial; miles de especies animales y vegetales han desaparecido sin posibilidad de reposición. La Naturaleza, pues, ha sido puesta, incuestionable e imparablemente, al servicio de la economía, sin que haya poder que frene la depredación que no sólo desertiza extensas regiones sino que lo hace en los sentimientos y valores del ser humano que siempre está en persecución de todo aquello que le proporcione poder.
Existe en el mundo la insana costumbre de quemar árboles y bosques y, para disimular la destrucción, se explica: “es para conseguir tierras con miras a cultivar alimentos y productos que sirvan a las industrias”. Las grandes potencias, depredadoras por excelencia de la Naturaleza, cuando les ha convenido han encontrado sustitutos para todo; así, por ejemplo, han sustituido a muchos metales con productos plásticos; han utilizado el carbón de piedra en vez del carbón vegetal; utilizan las fibras extraídas del gas y del petróleo para todo tipo de telas para sustituir al algodón y a las lanas de animales; han encontrado productos que reemplacen a las pieles arrebatadas a animales y han creado fibras especiales que imiten perfectamente la calidad de esas pieles.
Sin embargo de todos los adelantos logrados por las ciencias y la tecnología, la madre naturaleza sigue sufriendo la explotación y destrucción de sus reinos animal y vegetal; se sigue contaminando ríos, lagos y océanos con el derrame de productos químicos que sirven a la “revolución industrial” o a la industrialización de plantas productoras de alucinógenos que sirven para suprimir la vida humana y, a la vez, destruir la naturaleza.
No hay freno para las ansias de dinero y poder de quienes poseen mucho; pero no entienden que todo lo que destruyen o contaminan más temprano que tarde se convertirá en una “bomba de tiempo” que destruya todo, porque los efectos de la contaminación, de los cambios climáticos, de todos los males que la misma naturaleza crea en su defensa, pueden ser parte decisiva para la destrucción de todo lo creado por el hombre.
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