José Carlos García Fajardo
II
Pudiera ser que ahora estemos ante una generación más libre que pretende ser más responsable para abordar su futuro. Pero la trepidación en los medios les conduce a una incómoda soledad y a una sensación de nunca llegar a tiempo. No sabemos a dónde, pero tenemos la sensación de que vamos a llegar tarde. Nos agitan, nos golpean y zarandean, nos desconciertan y abruman para que no pensemos. Sobre todo nos aplastan con las corrupciones, las mentiras y los expolios. De ahí que muchos jóvenes opten por evadirse, por disfrazarse y por integrarse en la tribu para encontrar algo de solidaridad y consuelo. Ese denostado botellón, esas vestimentas, esos tatuajes y piercing, esa música y esas danzas son atavismos ancestrales para no dejar de ser ellos mismos, para soportar la espera mientras recuperan unas señas de identidad que les permitan decir Yo sé quién soy y quiero ser responsable de mis actos.
Si la educación consiste en dirigir con sentido nuestra propia vida y poder así afrontar las circunstancias, a las personas mayores les cuesta admitir que sus hijos están pasando auténticas pruebas iniciáticas, propias de un cambio de Era. Vivimos en plena revolución de las comunicaciones, todo se ofrece como espectáculo al alcance de la mano y con una inmediatez que desborda nuestras posibilidades de procesar tanta información. La publicidad nos golpea con tal machaconería que nos incapacita para tomar decisiones y compulsa a unirnos a la mayoría. Las mayores falacias de la publicidad, a fuerza de ser repetidas, terminan por ser creídas. El patético espectáculo de políticos, sindicalistas y pretendidos líderes religiosos y de opinión, no hacen más que desconectar a los jóvenes que necesitan referentes de autoridad, buen juicio y coherencia. Es erróneo sostener que a los jóvenes les asustan el orden y la exigencia. Al contrario, si a un joven le pides poco nada te dará, si les pides mucho te lo darán todo. Esa es la experiencia cotidiana en las organizaciones de la sociedad civil con los voluntarios sociales que asumen un compromiso movidos por la compasión o espoleados por la injusticia. Lo que admiran y respetan no es la educación como transmisión de conocimientos sino la capacidad de los maestros para extraer lo mejor de cada uno de ellos. Que eso significa educcere.
Aunque dé la impresión de que actúan en manada, prefieren el trato personalizado, el ser escuchados, la pertenencia a un grupo, para repetir con Shakespeare “Nosotros, pocos; nosotros, felices y pocos; nosotros, banda de hermanos”.
El autor es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS).
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