Fran Araújo
El trabajo no puede ser una ley sin ser un derecho, escribía Víctor Hugo porque, al igual que los sueños, el trabajo no es una concesión, sino un derecho. El hombre necesita soñar tanto como trabajar para sentirse pleno. En la actualidad, el valor del trabajo se reduce al cumplimiento de un contrato legal, al ejercicio correcto del deber. Pierde así su dimensión de derecho inalienable del hombre, de valor en sí mismo para completar la condición humana.
El trabajo es tanto un fin como un medio. Es importante no sólo por el bienestar material que proporciona sino también porque reconoce en la persona el sentido de su identidad, la conciencia de su puesto en la sociedad, el sentimiento de estar integrado en ella. Nadie tiene el poder de conceder el derecho al trabajo a otra persona, porque el trabajo no se concede, sino que nos pertenece por el mero hecho de ser personas.
Imaginemos a un profesor impartiendo su asignatura. Los alumnos no sienten que les esté haciendo un favor, porque es un derecho que les pertenece por el mero hecho de estar matriculados. El trabajo es un derecho fundamental al mismo nivel que la educación o la vida, porque el hombre necesita alimentar todas sus dimensiones para vivir con dignidad. No es un favor que se le concede al ciudadano, es el reconocimiento de un derecho natural social.
El 1 de mayo de 1886 los trabajadores de Chicago salieron a las calles para pedir una jornada de ocho horas y fueron duramente reprimidos. No luchaban por un contrato, sino por su dignidad. Tres años después, en la Segunda Internacional, esta fecha pasó a conmemorar el Día del Trabajo.
Desde entonces las cosas han cambiado mucho. El avance de las tecnologías, la precariedad de los contratos laborales y la de las empresas hacen que asistamos a una creciente desvalorización del trabajo. Prima una concepción legal del trabajo pero no podemos perder de vista que, ante todo, es un derecho. En ese sentido el trabajo debe recuperar su valor, legal y etimológico.
El primer paso para revalorizar el concepto de trabajo es comenzar por su etimología. La palabra trabajo tiene su origen en el tripalium romano, un instrumento de tortura compuesto por tres palos a los que se ataba al reo para azotarlo. De ahí que se asocie al trabajo con el dolor y el esfuerzo. Esta concepción negativa nos lleva a esa visión del trabajo como contrato que nos ata, como actividad que implica sufrimiento. Si recuperamos la concepción del trabajo como work, “hacer” en el sentido de una actividad creativa, recuperaremos la dignidad que encierra. El trabajo como “quehacer” que da sentido a la vida porque el hombre no está completo sin una dedicación. Esto conllevará a que el hombre valore su trabajo como oportunidad de realizarse y no sólo como fuente de ingresos. El trabajo como fin más que como medio.
Otra idea que hace falta depurar es la equiparación entre trabajo y empleo. El empleo tiene una connotación puramente económica. Sólo es trabajo aquello que aporta ingresos, así que el trabajo doméstico queda desvalorizado.
En la revalorización del trabajo dentro del marco legal, el Estado juega un papel muy importante. Debe equiparar el derecho al trabajo con el deber de trabajar, porque descompensación entre deber y derecho es igual a la injusticia social.
Cada mes asistimos a un recorte de personal dentro de una gran empresa. El objetivo siempre es la reducción de gastos para mantener el margen de beneficios. Lo curioso es que los últimos estudios sobre los sueldos de las grandes compañías estadounidenses demuestran una diferencia del 200 por cien entre el sueldo más bajo y el más alto.
Como afirmaba Víctor E. Tokman, ex director regional de la OIT para América Latina y el Caribe, “los valores éticos deben enmarcar los logros económicos”. Los derechos humanos deben prevalecer por encima de los intereses particulares y el beneficio no puede ser el único baremo en la toma de decisiones económicas. Y ahí entra el papel del Estado, que debe defender la dignidad de todos sus ciudadanos y la consecución de la justicia social.
Si renunciamos a nuestro derecho al trabajo, perdemos una parcela de nuestra dignidad. Valorar el trabajo es el primer paso para reivindicar su mejora. Sentir que el trabajo te pertenece, forma parte de ti, porque sólo se defiende aquello que tiene valor, aquello que nos aporta felicidad. Si pasamos más tiempo trabajando que durmiendo, será mejor disfrutar de ese espacio, que del dinero que nos resta para el tiempo libre. Y como decía Goethe “Cuando he estado trabajando todo el día, un buen atardecer me sale al encuentro”.
El autor es Director de cine.
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