El ocaso del socialismo del Siglo XXI

Carlos Mejía Soto

Cuando la guerra fría y la dicotomía entre dos sistemas económicos antagónicos, capitalismo y comunismo, terminó con la desintegración de la Unión Soviética y la liberación de sus satélites europeos, provocada por sus inconsistencias internas, el capitalismo se instaló como el sistema hegemónico mundial, que inclusive motivó a Francis Fukuyama a escribir “El fin de la historia”.

Sin embargo, Asia y Latinoamérica reservaban sorpresas. En efecto, cuando en nuestra región, algunos países cansados de soportar gobiernos corruptos, decidieron ejercer el “voto castigo” para provocar un cambio, dieron una oportunidad a la izquierda de acceder al poder, como sucedió, entre otros, en Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador y Bolivia.

Estos gobiernos que emergieron como abanderados de la transparencia y la justicia social, conocieron y pronto se entusiasmaron con los privilegios que otorga el ejercicio del poder, desconociendo sus orígenes, renunciaron a sus principios ideológicos y éticos, e instalaron esquemas destinados a garantizar la reproducción del poder, utilizando la técnica del culto a la personalidad en torno a líderes creados por una inclemente y onerosa campaña de propaganda, propias del fascismo.

Siguiendo el libreto populista, impregnado de demagogia, desmantelaron las instituciones, modificaron la constitución en función de sus propios intereses, como ser la reelección inmediata, y cuando pudieron, la indefinida. Violaron la independencia y el equilibrio de poderes.

Aprovechando los ingresos provenientes del súper ciclo de las materias primas, crearon un esquema de subsidios ciego, que, si bien tuvo un carácter incluyente y redistributivo, fue diseñado para capturar el voto de las masas más desfavorecidas.

No obstante la pésima experiencia obtenida con las empresas públicas, le dieron un renovado impulso y, en muchos casos, se expropiaron empresas productivas, en algunos casos con un inusitado entusiasmo, como en Venezuela. Ante la inhibición de la inversión privada nacional e internacional, se dio un notable impulso al gasto público, no siempre con mucha fortuna.

Sin embargo, cuando el contexto internacional cambió, el panorama se oscureció para los respectivos gobiernos, que presumían y atribuían la bonanza a su buena gestión.

Ante esta situación, Venezuela y Ecuador consiguieron préstamos de China con cargo a ventas futuras de petróleo como fuente alternativa para compensar los menores ingresos, y Argentina logró concretar swaps para oxigenar la crítica gestión de sus escasas reservas.

Otros, como Bolivia, utilizando los servicios de gestores capitalistas, como Merrill Linch, lanzaron bonos soberanos incrementando la deuda externa.

En Brasil, como si no fuera suficiente la crisis económica que confronta, el escándalo de corrupción descubierto en Petrobras, ha sido un impacto en la línea de flotación del gobierno de Dilma Rousseff, que, prácticamente, es un cadáver insepulto.

Venezuela, pese a que nada en petróleo, confronta una crisis económica y social impresionante, que ya induce a los saqueos propios de gobiernos terminales, producto de la pésima gestión económica y del despilfarro generado por Chávez en sus afanes de convertirse en líder regional.

En Ecuador la economía le está ganando a la política, ya que la población disgustada ha empezado a rebelarse y confrontar al gobierno de Correa, que advierte que se gesta un golpe blando.

En Argentina, la otrora santa soya, y la notable reducción de sus retenciones a la exportación, que financiaban la política de subsidios masivos a los militantes cautivos, ha perdido su capacidad para generar las divisas necesarias para el normal de su economía, la misma que se encuentra en recesión.

Ante este panorama regional, se reciben apuestas para saber cuál será la primera ficha en caer del dominó populista.

El autor es economista.

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