Semanas antes al ataque nuclear a Japón
(BBC Mundo) Pocas semanas antes de que Estados Unidos lanzara el arma más poderosa conocida por la humanidad, la ciudad japonesa de Nagasaki no estaba siquiera en la lista de objetivos de la bomba atómica.
En su lugar estaba la antigua capital del país, Kioto.
La lista la creó un comité formado por generales, funcionarios del ejército y científicos estadounidenses. Kioto, con más de 2.000 templos y altares budistas, incluidos 17 lugares Patrimonio de la Humanidad, encabezaba la lista.
“Este objetivo es un área industrial urbana con una población de un millón”, se lee en los apuntes de la reunión del comité.
Describían a la población de Kioto como “más apta para apreciar el significado de este arma como artefacto”.
“El ejército percibía Kioto como un objetivo ideal porque no había sido bombardeada en absoluto, por lo que muchas de las industrias y algunas de las fábricas más importantes se habían reubicado allí”, explica Alex Wellerstein, historiador de ciencia en el Instituto de Tecnología Stevens, en EEUU.
“Los científicos del llamado Comité de Objetivos también preferían Kioto porque era sede de muchas universidades y pensaron que la gente allí sería capaz de entender que una bomba atómica no es cualquier arma, que era un punto de inflexión en la historia de la humanidad”, añade.
Pero a comienzos de junio de 1945, el secretario Stimson ordenó que Kioto fuera retirada de la lista de objetivos. Alegó que era de importancia cultural y que no era objetivo militar.
“El ejército no quería retirarla de la lista así que siguió poniendo a Kioto en ella hasta finales de julio, pero Stimson acudió directamente al presidente Harry Truman”, prosigue Wellerstein.
Tras un encuentro con el presidente, Stimson escribió en su diario el 24 de julio de 1945: “Fue particularmente empático al estar de acuerdo con mi sugerencia de que si no hay eliminación, el rencor causado por un acto sin sentido de ese calibre haría imposible que durante el largo periodo postbélico los japoneses se reconciliaran con nosotros en esa zona antes que con los rusos”.
Fue entonces cuando Nagasaki se añadió a la lista de objetivos en lugar de Kioto. Pero Hiroshima y Nagasaki tampoco eran objetivos militares.
Tal como sabemos ahora, cientos de miles de civiles –mujeres y niños incluidos– murieron.
Y si bien Kioto quizá era la ciudad cultural más famosa, las otras ciudades también tenían bienes valiosos.
“Por eso parece que Stimson tenía una motivación más personal y que estas otras excusas eran simples racionalizaciones”, opina Wellerstein.
Kioto es la antigua capital de Japón y una ciudad llena de monumentos culturales y espirituales.
Se sabe que Stimson visitó Kioto varias veces en la década de los 20 cuando era gobernador de Filipinas.
Algunos historiadores dicen que fue su destino de luna de miel y que era un admirador de la cultura japonesa.
Pero también estaba detrás de la reclusión de más de 100.000 japoneses–estadounidenses porque, decía Stimson: “Sus características raciales son tales que no podemos entender o incluso confiar en el ciudadano japonés”.
Esta puede ser en parte la razón por la que otro hombre se llevó el mérito de salvar a Kioto durante muchas décadas.
Por mucho tiempo, se creyó que fue el arqueólogo e historiador de arte estadounidense Langdon Warner y no el controvertido secretario de Guerra quien aconsejó a las autoridades no bombardear ciudades con un patrimonio cultural como Kioto.
En su libro de 1995, Drop the Atomic Bomb on Kyoto (“Lanzar la bomba atómica sobre Kioto”), el historiador japonés Morio Yoshida argumentó que Warner era recordado como el salvador de los bienes culturales de Japón como parte de la propaganda postbélica de EEUU.
“Durante la ocupación de EEUU sobre Japón después de la guerra, hubo mucha censura en torno a las bombas atómicas”, señala Wellerstein.
“Aprendimos suficientes lecciones de guerras anteriores sobre enemigos derrotados que te odian, así que cualquier estrategia mediática para que los japoneses creyeran que a EEUU le importaba Japón –ya fuera su gente o su patrimonio cultural– se veía como algo excelente por parte de las autoridades ocupantes”.
Pero no sólo parece que al presidente Truman le importaba poco el patrimonio cultural de Japón, también describió ese país como “una nación terriblemente cruel y no civilizada en tiempos de guerra”, y calificó a sus nacionales como “bestias” que no merecían honor ni compasión por el ataque sobre Pearl Harbour.
Este tipo de comentarios ha generado cierta especulación sobre que Estados Unidos lanzó las bombas atómicas en Japón y no sobre Alemania por racismo: usar la bomba contra personas blancas podía ser visto como un tabú más grande que hacerlo sobre los japoneses.
Actualmente, el presidente Truman es a la vez elogiado y criticado por tomar la decisión de lanzar las bombas.
En realidad, los historiadores cuentan que dio la orden de empezar a usar la nueva arma sólo después del 3 de agosto y que no estuvo totalmente implicado en los detalles de las decisiones.
Wellerstein indica que hay pruebas documentales de que el presidente quedó sorprendido por la devastación que causó la primera bomba, especialmente por que murieran tantas mujeres y niños, y la segunda y más potente, la que cayó sobre Nagasaki, fue lanzada sólo tres días después.
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