[Juan Carlos Zuleta]

La paradoja del crecimiento con derrumbe productivo

I

Hace unos meses, la economista Katherine Hinojosa Virreira intentó defender sus anteriores argumentaciones en una crítica a mi artículo titulado “¿Bases sólidas del crecimiento boliviano?”. A continuación, desmenuzo los puntos centrales de su planteamiento.

En primer lugar, sostiene que cuando digo que el aumento de la demanda interna sólo fue posible gracias al crecimiento de las exportaciones totales muestro un desconocimiento de la macroeconomía, por cuanto me olvido de hablar de las importaciones, enfatizando que lo importante en el comercio exterior son las exportaciones netas.

Su argumentación “muy de libro de texto”, sin embargo, no permite visualizar algunos detalles. Uno de ellos es que las exportaciones bolivianas, al estar fuertemente ligadas a la extracción de nuestras principales materias primas, se hallan intricadas en la economía a través de regímenes tributarios y regalitarios (aplicables a cerca del 80% de las exportaciones totales) y tienen efectos particulares en las finanzas (y la inversión) públicas de los tres niveles del Estado (nacional, departamental y municipal) con implicaciones adicionales en la economía privada formal e informal. Esto explica, por ejemplo, por qué la caída de los precios del petróleo y el consiguiente desplome del valor de las exportaciones de gas natural ya se hayan empezado a traducir en una crisis de liquidez en el gobierno departamental de Tarija, que podría conducir a la quiebra de muchas empresas constructoras, dejando en la calle a unos 5.000 trabajadores.

Otro aspecto se refiere al hecho de que no se puede poner a todas las importaciones en la misma bolsa. En efecto, todo estudiante de economía sabe hoy que la clave del crecimiento es la innovación tecnológica, la que se efectiviza en general mediante la inversión en bienes de capital. Dada nuestra condición de país subdesarrollado, no poseemos capacidad para producir nuestra propia tecnología, razón por la cual para innovar necesitamos adquirir bienes de capital del extranjero.

En estas circunstancias, es notoria la ambigüedad del rol de las exportaciones netas en el crecimiento económico, no porque las exportaciones tengan un efecto marginal en el aumento año a año del PIB, sino debido a que en Bolivia las importaciones de bienes de capital (que podrían tener una incidencia mayor en el crecimiento) representan apenas alrededor de un cuarto de las importaciones totales del país.

En segundo lugar, indica que la demanda externa no podría haber influido en el crecimiento porque cayó en 1,4% en 2014. No obstante, se olvida de anotar que las exportaciones netas disminuyeron no por la caída de las exportaciones sino por el incremento desmesurado de las importaciones no necesariamente de bienes de capital. Resulta claro que en los momentos actuales la situación se encuentra mucho más complicada por el lado de la demanda externa que, según datos del INE, entre enero y junio de este año se desplomó en casi un 97% respecto a similar período el año anterior. Es por demás curioso que en este plano las exportaciones hayan bajado (-29,6%) casi 10 veces más que las importaciones (-3,2%). Todo esto pone en cuestión el discurso gubernamental respecto a su supuesto fomento del crecimiento económico en el mediano y largo plazos, máxime si se tiene en cuenta que en ese mismo período la variación porcentual negativa de las importaciones de bienes de capital (-6,5%) más que duplicó la de las importaciones totales (-3,2%).

En tercer lugar, la analista, claramente identificada con el gobierno, repite el discurso del titular de economía al hablar de la influencia de la inversión pública y el gasto del gobierno en el aumento de la demanda agregada, pero no hace referencia a los límites de estas variables. Como he manifestado en una anterior contribución, la demanda interna per se no puede ser el motor del crecimiento de un país con un mercado interno tan pequeño. En este sentido, con su análisis tan estrecho el gobierno habría resignado nuestras aspiraciones de desarrollo de mediano y largo plazo que, entre otras cosas, requerirá tasas de crecimiento por encima del 7%, muy difícil de alcanzar con el actual modelo económico.

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