[Armando Mariaca]

Libertad de expresión, Gobierno y bien común


Es un hecho reconocido mundialmente que todo gobierno legal es efecto de la voluntad del pueblo que, en síntesis, es el bien común de un Estado. Ambas situaciones, gobierno y bien común, tienen en los medios de comunicación un espejo permanente que refleja lo límpido, transparente, puro, honesto y diáfano en que ambas corrientes de vida deben desenvolverse; pero, como el espejo, muchas veces hay desfiguración de imagen, manchas y que desfiguran las buenas imágenes y dan visión diferente a la que normalmente tienen, deben tener o pueden tener tanto gobierno como el pueblo.

Muchas veces, los gobiernos, por legales, constitucionales y legítimos que sean, desfiguran su propia imagen con actitudes que no siempre están en conformidad del pueblo y ello provoca, lógicamente, reacciones: el gobierno se queja de lo que se dice de él y querría que todo esté acorde con sus intenciones, sus hechos y sus proyectos. Por su parte, los pueblos recurren a extremos con miras a hacerse oír por las autoridades, hacer entender lo que muchas veces por meros trámites o gestiones no logran o, en muchas oportunidades, porque los funcionarios no han dado la importancia debida a los planteamientos.

De todos modos, las reacciones de ambos, gobierno y pueblo, no deberían llegar a extremos y ser, en todo caso, el diálogo, la concordancia, el acuerdo bajo principios de respeto, que encuentren remedios a situaciones planteadas y no ocurre así porque ambas partes, a su modo, se desbordan y surgen conflictos que nadie querría. Los medios de comunicación integrados por empresarios, periodistas, editorialistas, columnistas, articulistas y escritores que buscan reflejar lo que la realidad muestra, lo que hacen es cubrir las informaciones, analizarlas, comentarlas y, en base a lo acontecido, sugieren las medidas o remedios aplicables a situaciones difíciles a que se llega. En muchos casos, surgen las críticas constructivas que, así sean correctas, no gustan al poder.

Los medios, por principio, no quieren confrontar a nadie y menos crear problemas; no pretenden, en modo alguno, que se crea que sirven a intereses subalternos o sea ajenos a los intereses generales. Medios que defienden o practican doctrinas político-partidistas, posiblemente defiendan situaciones interesadas de la entidad que forman parte; esos medios que obedecen consignas y defienden situaciones políticas de partidos, no son parte indivisible de los demás, de los que son independientes y cuya misión se basa en la verdad y la responsabilidad.

A los gobiernos, del tinte o doctrina que fueren, les conviene -más que al bien común que es el pueblo- que los medios se ocupen de él, le muestren yerros y aciertos; que sugieran soluciones, que señalen caminos correctos a seguir y lo hagan en base a los propios errores en que pudo haber actuado el régimen gobernante. ¿Qué harían los gobiernos sin los medios de comunicación? ¿Quién informaría, relataría y sugeriría lo que hacen los gobiernos? Todo quedaría al arbitrio del medio que maneja el régimen imperante y ello es lo menos conveniente para la seriedad y tranquilidad del régimen.

Los medios de comunicación han sido creados bajo el principio de servicio y entrega a la causa del país y sus fundadores lo hicieron renunciando muchas veces a su propia tranquilidad y seguridad; esos medios responden, pues, a la vocación de periodistas que defienden la libertad de pensamiento que tiene, en la libertad de expresión, su máxima representación. Contribuyen al mismo todos los que trabajan en él y lo hacen conscientes de la causa que persigue el medio. Éste, para sobrevivir basa su economía en la circulación del medio si es impreso (prensa) o si es radio o televisión, en los márgenes que le da su propio prestigio y excelencia de programas, para captar la confianza, el apoyo y la credibilidad del público que es el pueblo o bien común y hasta de las mismas autoridades.

Para vivir, esos medios requieren de publicidad comercial, industrial o institucional. Los gobiernos, para ser justos y ecuánimes, deben distribuir equitativamente y conforme a la circulación o índices de difusión de los medios, la publicidad del gobierno y no tomar en cuenta solamente a los que apoyan al régimen.

Suprimir publicidad a los medios -muchas veces en concomitancia indirecta o involuntaria con el empresariado privado- es condenarlos al fracaso, a la auto-cancelación de sus operaciones. Muchas veces ocurre con muchos periodistas, que creen que el medio debe “solventar todos sus gastos y no recurrir a la publicidad”. Este extremo es correcto si el medio depende de una institución que lo propicia y auspicia, de partidos políticos, de organizaciones económicas o, en resumen, de intereses creados. Entender el papel debido de los medios es adentrarse en los amplios ámbitos de la libertad de expresión y esa libertad cifra también su existencia en el factor económico para solventar no sólo el funcionamiento del medio sino la economía del propio personal.

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