Es un hecho reconocido mundialmente que todo gobierno legal es efecto de la voluntad del pueblo que, en síntesis, es el bien común de un Estado. Ambas situaciones, gobierno y bien común, tienen en los medios de comunicación un espejo permanente que refleja lo límpido, transparente, puro, honesto y diáfano en que ambas corrientes de vida deben desenvolverse; pero, como el espejo, muchas veces hay desfiguración de imagen, manchas y que desfiguran las buenas imágenes y dan visión diferente a la que normalmente tienen, deben tener o pueden tener tanto gobierno como el pueblo.
Muchas veces, los gobiernos, por legales, constitucionales y legítimos que sean, desfiguran su propia imagen con actitudes que no siempre están en conformidad del pueblo y ello provoca, lógicamente, reacciones: el gobierno se queja de lo que se dice de él y querría que todo esté acorde con sus intenciones, sus hechos y sus proyectos. Por su parte, los pueblos recurren a extremos con miras a hacerse oír por las autoridades, hacer entender lo que muchas veces por meros trámites o gestiones no logran o, en muchas oportunidades, porque los funcionarios no han dado la importancia debida a los planteamientos.
De todos modos, las reacciones de ambos, gobierno y pueblo, no deberían llegar a extremos y ser, en todo caso, el diálogo, la concordancia, el acuerdo bajo principios de respeto, que encuentren remedios a situaciones planteadas y no ocurre así porque ambas partes, a su modo, se desbordan y surgen conflictos que nadie querría. Los medios de comunicación integrados por empresarios, periodistas, editorialistas, columnistas, articulistas y escritores que buscan reflejar lo que la realidad muestra, lo que hacen es cubrir las informaciones, analizarlas, comentarlas y, en base a lo acontecido, sugieren las medidas o remedios aplicables a situaciones difíciles a que se llega. En muchos casos, surgen las críticas constructivas que, así sean correctas, no gustan al poder.
Los medios, por principio, no quieren confrontar a nadie y menos crear problemas; no pretenden, en modo alguno, que se crea que sirven a intereses subalternos o sea ajenos a los intereses generales. Medios que defienden o practican doctrinas político-partidistas, posiblemente defiendan situaciones interesadas de la entidad que forman parte; esos medios que obedecen consignas y defienden situaciones políticas de partidos, no son parte indivisible de los demás, de los que son independientes y cuya misión se basa en la verdad y la responsabilidad.
A los gobiernos, del tinte o doctrina que fueren, les conviene -más que al bien común que es el pueblo- que los medios se ocupen de él, le muestren yerros y aciertos; que sugieran soluciones, que señalen caminos correctos a seguir y lo hagan en base a los propios errores en que pudo haber actuado el régimen gobernante. ¿Qué harían los gobiernos sin los medios de comunicación? ¿Quién informaría, relataría y sugeriría lo que hacen los gobiernos? Todo quedaría al arbitrio del medio que maneja el régimen imperante y ello es lo menos conveniente para la seriedad y tranquilidad del régimen.
Los medios de comunicación han sido creados bajo el principio de servicio y entrega a la causa del país y sus fundadores lo hicieron renunciando muchas veces a su propia tranquilidad y seguridad; esos medios responden, pues, a la vocación de periodistas que defienden la libertad de pensamiento que tiene, en la libertad de expresión, su máxima representación. Contribuyen al mismo todos los que trabajan en él y lo hacen conscientes de la causa que persigue el medio. Éste, para sobrevivir basa su economía en la circulación del medio si es impreso (prensa) o si es radio o televisión, en los márgenes que le da su propio prestigio y excelencia de programas, para captar la confianza, el apoyo y la credibilidad del público que es el pueblo o bien común y hasta de las mismas autoridades.
Para vivir, esos medios requieren de publicidad comercial, industrial o institucional. Los gobiernos, para ser justos y ecuánimes, deben distribuir equitativamente y conforme a la circulación o índices de difusión de los medios, la publicidad del gobierno y no tomar en cuenta solamente a los que apoyan al régimen.
Suprimir publicidad a los medios -muchas veces en concomitancia indirecta o involuntaria con el empresariado privado- es condenarlos al fracaso, a la auto-cancelación de sus operaciones. Muchas veces ocurre con muchos periodistas, que creen que el medio debe “solventar todos sus gastos y no recurrir a la publicidad”. Este extremo es correcto si el medio depende de una institución que lo propicia y auspicia, de partidos políticos, de organizaciones económicas o, en resumen, de intereses creados. Entender el papel debido de los medios es adentrarse en los amplios ámbitos de la libertad de expresión y esa libertad cifra también su existencia en el factor económico para solventar no sólo el funcionamiento del medio sino la economía del propio personal.
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