[Carlos G. Maldonado]

Anacrónica e inoportuna imposición


El público y virtual rechazo del actual Presidente del Senado Nacional al cumplimiento de la Ley 269, puesta en vigencia por el Estado Plurinacional para el obligado aprendizaje del idioma aymara (en su caso), sorprende y desconcierta a la opinión pública; al haber fenecido además el plazo máximo de tres años de observancia por toda la administración pública como requisito sine qua non para su permanencia.

Está claro que el inesperado exabrupto no tendría trascendencia si el autor de la declaración fuera un ciudadano común o político cualquiera, pero considerando el status del portavoz del Legislativo, como modelo en el cumplimiento de la ley, corresponde examinar la curiosa postura.

Sin embargo, en principio sería infantil aceptar que el actual político y reconocido periodista desconozca el alcance de aquella suspicaz y aventurada declaración. Es simplemente que la misma fue “disparada” en un lapsus espontáneo e inconsciente, con toda naturalidad y franqueza, puesto que –por qué no decirlo- esta autoridad se constituye también en tácito representante del sentir y parecer del ciudadano común.

Pero, ciertamente, la íntima convicción de la indicada autoridad de asumir (en oposición al idioma impuesto) un curso en la perspectiva de ser mejor padre y mejor esposo, definitivamente resulta ser más ponderable y equilibrado que el anacrónico aprendizaje de nuestra lengua ancestral, manifestación que además coincide con una reciente declaración oficial del Canciller de la República, en ocasión de la reciente inauguración del coliseo Ponchos Rojos en la localidad de Achacachi, en sentido de “establecer institutos en provincias para la enseñanza del inglés; lamentando que nuestros profesionales oriundos al presente no hablen (al margen del idioma señalado) idiomas como el francés, chino, mandarín, coreano, alemán, japonés, etc., lo cual los limita”, señaló con mucha sabiduría.

Ahora bien, nadie debería dudar de que nuestros idiomas ancestrales se constituyen en nuestro orgullo y estimación por representar a la Patria misma, aunque -dicho sea de paso- hoy se las sigue difundiendo por medios “no oficiales” (caso radio San Gabriel, ONGs, etc.), paradójicamente ¡con apoyo financiero español!

En conclusión, consideramos que nuestros valores lingüísticos hoy deberían ser consignados, con el respeto, consideración y veneración respectiva en sitios y páginas históricas de privilegio, junto a conocimientos notables de ciencias y artes ancestrales, para reafirmación de nuestra memoria e identidad, a favor además de adultos mayores en áreas del altiplano y valles.

Debe entenderse, sensiblemente, que la educación oficial en Bolivia es monolingüe, y considerando que ésta no es de las mejores, mal se puede esperar una educación bilingüe castellano/aymara o castellano/quechua en apoyo actual de la tecnología y corrientes modernas.

“Seamos realistas y prácticos”, señalan hoy todos los portavoces de nuestra comunidad. Los conocimientos en medicina, ingeniería, economía, ciencias sociales, informática, etc. son fundamentales para el desarrollo inmediato; y estas competencias se las lee y aprende en los idiomas señalados por nuestro propio canciller, que, a no dudarlo, son el presente y el futuro.

Hoy el Estado plurinacional, erosionada la capacidad adquisitiva de las clases empobrecidas, enfrenta problemas de tipo político, económico y psicosocial como desempleo, injusticia, corrupción, etc.; consecuentemente, precisa con urgecia herramientas culturales que le asistan en su esfuerzo.

No cabe duda que, probablemente, el 100%, tanto en capitales y provincias, se comunica a diario en castellano. En consecuencia, la pretensión de obligar a “hablar” un idioma nativo no sólo se constituye en una imposición inconducente aparente y fingida; sino principalmente en una onerosa carga y nueva pesadumbre para nuestros estudiantes que agobiados con el exagerado pensum de colegios, normales y universidades, junto a sus costos extraordinarios (origen de una alta deserción escolar), son irrebatiblemente arrollados en sus expectativas de incorporación al progreso moderno; hoy particularmente en vísperas de una nueva relación con el país del norte.

Quizá todo lo anterior se pueda resumir en una aguda frase expresada por el renombrado Paulovich en una columna de fino humor: “definitivamente, no se puede ir en contra el reloj de la historia”.

El autor es abogado.

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