Es un hecho que se reedita de gobierno en gobierno: obras importantes de infraestructura son encaradas por empresas trasnacionales o algunas pequeñas, pero que tienen algún prestigio y que son procedentes de países vecinos. Esta forma de encarar lo propio apelando a lo foráneo, ha sido mal crónico de nuestro país, cuando bien se sabe que se cuenta con empresas nacionales conformadas por técnicos e ingenieros de mucha capacidad y experiencias acumuladas durante muchos años y que, con ventaja, podrían construir lo que el país requiere.
Se dice, algo peregrinamente, que “la falta de capital financiero a nuestras empresas les impide encarar las encomiendas que tenga el Gobierno”; falsa premisa porque muchas de nuestras empresas constructoras y con especialidades en las diferentes ramas de la ingeniería, con créditos que puedan conseguir y los aportes correspondientes del Gobierno, muy bien podrían encargarse de la construcción de puentes, carreteras, edificaciones escolares, hospitales y muchas otras que se requiere para un desarrollo armónico y sostenido del país.
Los empresarios de la construcción han solicitado, hace pocos días, que se los tome en cuenta siquiera en un 30% en los contratos que se suscriba con empresas constructoras extranjeras. La verdad es que podría ser al revés, que lo foráneo se encargue de los financiamientos externos, si hubiese necesidad, y de las empresas nacionales dependan las obras a realizarse.
Menoscabar el trabajo de lo propio, aun sabiendo que hay capacidad empresarial, experiencia, especializaciones y muchas condiciones óptimas para la realización de obras, no es bueno; al contrario, es denigrante para lo nacional y muestra que aún no podemos bastarnos por nosotros mismos en los emprendimientos que haya que hacer para alcanzar éxitos en las diversas ramas de la construcción.
Es común y corriente que todos los países ricos y desarrollados hayan confiado en sus propias capacidades para el desarrollo de lo que hoy disfrutan. Se sabe, en muy pocos casos, que algunos países desarrollados han requerido el concurso extranjero para alcanzar objetivos que les permitan modernizar sus instalaciones, y si lo han hecho fue por las condiciones ventajosas que han encontrado en el logro de financiamiento o tiempo de realización de lo encomendado.
Las grandes obras en las ciudades más prósperas del planeta han sido culminación de estudios, experiencias, inversión tecnológica y financiera de los mismos países que han tenido confianza en lo propio antes que en lo foráneo. Es preciso, pues, que el Gobierno corrija la costumbre de vieja data de confiar más en lo extranjero que en lo propio, cuando se sabe que hay condiciones para rendimientos que el país necesita, especialmente si ello permite la contratación de personal técnico propio y también de plantas administrativas y de mano de obra que bien pueden realizar las obras más complejas.
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