Por: Gustavo E. Etkin
No sé para qué o para quien escribo esto. Pero tengo que escribirlo.
Es que siempre recuerdo aquel lugar en que empecé a estar. Era suave, calentito. Yo flotaba en una agüita tibia. ¡Era tan lindo! Pero una vez las blandas paredes que estaban alrededor mío se endurecieron y me empujaron por un pequeño tubo que me apretaba. Y me seguían empujando hasta que me encontré en un lugar desconocido, con fuerte luz, frío.
Sentí una gran tristeza y me puse a llorar.
Ahí fue cuando escuché una voz que cantaba “arrorró mi nene, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón”. Y me dormí.
Poco a poco me fui acostumbrando a ese nuevo lugar, tan distinto del otro! Pero siempre quise y sigo queriendo vol-ver a aquel lugar suave y calentito.
Por eso busco siempre tubos. Como ese por el que salí una vez. Aunque ahora los quiero para entrar, estar cerca, aunque sea un poquito, durante un momento, de lugares como ese que siempre extraño.
Tal vez por eso también me recibí de ginecólogo.
Pero aun así, no consigo estar de nuevo en ese lugar.
(Bahía de San Salvador, Brasil).
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