Oposición, modelo económico y reedición presidencial

Un sofocado pero intenso rumor de malestar ciudadano -contrastante con el cauto clamor por “alternabilidad” de la oposición- desató el anuncio de la decisión gubernamental de habilitar a Evo Morales para su cuarto periodo consecutivo de residencia en Palacio Quemado.

El presidente Morales, por toda respuesta, marcó su presencia en el poder como parámetro del bienestar de su clientela política y salió a sentenciar que “cuando la oposición pide alternabilidad está pidiendo cambio de modelo económico”. En síntesis, que si él se va, la jauja inmobiliaria, las licitaciones directas y millonarias con el Estado, el contrabando incontrolado en fronteras, la pujante industria de la coca y el derroche de la renta por exportación de materias primas sin valor agregado, se terminaron.

Una oposición minimizada y castrada por la violencia simbólica sistemática -más que por la represión judicial- no atinó a responder, como haría cualquier oposición con facultad plena, con un “Sí, presidente”. No se trata de usted, no es nada personal, sino que queremos tumbar ese bodrio de economía del pan para hoy, hambre para mañana; del rentismo de miseria para los pobres y lujos faraónicos para su politburó; de negociados millonarios en nombre de los indígenas, depredación de recursos estratégicos y contaminación de la madre tierra; de desactivación del aparato productivo y del narcotráfico como única política de Estado.

Cómplice por sumisión y achicopalada en su dependencia funcional de la firma del presidente, esta malhadada representación opositora en minoría, que Evo tiene a bien permitir respirar, sabe que ejerce mandato y circula en vía pública por gracia y favor presidencial. Entiende que una subida de tono o denuncia muy emotiva y quedará sin papel en la comedia, privada sin más del privilegio y el estatus de su investidura.

Esta oposición es un cliente más del nuevo Estado Plurinacional, igual que los sindicatos, los empresarios, los militares y todo otro grupo de interés o corporación que a título de “representar” sectores manifiesta su propia conformidad con la repartija cual “respaldo social al modelo económico”.

Por eso, el verdadero discurso opositor fue extirpado de la agenda de ciertos gobernadores “satélites” de la órbita presidencial. Ellos no van a decir que el discurso del “éxito económico” es el eje de validación racional de la reedición y que el carácter democrático de esa reedición está avalado por la puesta en escena de verificativos electorales, bajo mecanismos técnicos y una administración sometida al Ejecutivo. Ninguno dirá que tumbar el perverso modelo extractivista-cocalero y desmontar la maquinaria institucional de la reedición periódica presidencial son las tareas.

A mayor claridad, en Bolivia no hay nuevo “modelo económico social comunitario productivo” sino un cambio de recaudadores y un ajuste al modelo encomendero extractivista concesional; no hay una “nueva democracia incluyente y participativa” sino un vigoroso y recentralizado sistema eleccionario-propagandístico; no hay oposición sino una inocua representación parlamentaria-regional disidente.

No hay que deconstruir el discurso de las virtudes de la economía evista. El mismísimo fanfarrón de la “transformación económica del país” salió a pedir a los herederos de la “nueva Suiza en Sudamérica” que se “ajusten los cinturones”, porque el precio internacional del petróleo - verdadero origen de los ingresos derrochados en el decenio cocalero- se cae por los suelos, y con él las rentas, los aguinaldos, esa ficción llamada “economía social-comunitaria” y probablemente la racionalidad de la cuarta reedición presidencial.

La condición de democracia no es la vigencia de comicios funcionales o representación formal, sino la existencia de alternativas políticas reales. El sufragio es un proceso estadístico por el cual se somete a consulta al menos dos alternativas de decisión, lo que significa que, sin alternativas reales, los comicios son un mero mecanismo de reedición de la correlación de fuerzas preexistente, o más bien del monopolio de poder, y la oposición no es sino una minoría alegórica-formal, sin capacidad real de contrapeso.