Es una realidad reconocida mundialmente que, ante problemas graves que confronta un país, lo correcto es que se tome conciencia de realidades y se adopte medidas como unidad de criterios, propósitos y soluciones con miras a remediar situaciones álgidas. En nuestro país, ha ocurrido normalmente que cada partido político ha visto la realidad desde su propia óptica y no ha tomado en cuenta pensamientos ni criterios de otras organizaciones; así, cada partido, por la egolatría de sus dirigentes, ha sentido que sólo el criterio o pensamiento “del partido” es válido. Posición totalmente equivocada y cuyas consecuencias las ha sufrido siempre el país.
Ante los problemas y dificultades comunes que afectan a toda la nación, lo correcto sería que haya unidad entre el Gobierno y las fuerzas político-partidistas porque, se debe entender, que todos, mancomunadamente, deben amar al país y buscar soluciones para los problemas que enfrente; de otro modo, querría decir que cada partido “haga su paisito, imponga sus reglas, defina posiciones y soluciones” para remediar lo que a él, al partido, le conviene e interesa. No pensar en el conjunto nacional o, mejor, no pensar en el Estado y sólo en el Gobierno y su partido, pensar en sí mismo, o los grupos de oposición creer en lo que sólo ellos convienen y creen posible hacer, se puede llegar a conclusiones donde para nada habrá remedio.
Los partidos políticos, conjuntamente el Gobierno y su partido, deben convenir en la urgencia de unificar voluntades, fuerzas, propósitos para estudiar, pensar, encontrar soluciones para el país, dejando de lado “al partido”, que es lo que menos interesa a la colectividad nacional; así, parte de ella esté inmersa en algún partido o sea simpatizante de él. Esta unidad debe reflejarse en los poderes del Estado -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- que si bien deben actuar independientemente el uno del otro, deben coincidir en los intereses del país y no cada uno de los poderes pensar sólo en sus conveniencias. Los poderes, para actuar con la soberanía, la libertad y la independencia que deben tener, tienen que entender que, sin unidad en los propósitos y las realizaciones, nada es posible. A propósito, el escritor y pensador Montesquieu en 1748 propaló el principio de la independencia de los poderes; es decir que cada uno de ellos actúe con entera libertad, sin dependencia de ninguna clase o subordinación a cualquier otro poder. Es lógico que, cada uno, en su libertad e independencia, debe hacerlo subordinado a las leyes, las conveniencias del Estado -que no son siempre las del Gobierno de turno- y sin que ello implique división o desacuerdos con los otros poderes.
Es importante, por otra parte, que los integrantes del Poder Legislativo actúen unidos, solidaria y mancomunadamente en aras de los intereses nacionales y no estén, como ahora, divididos y, lo más grave, con imposiciones de las mayorías sobre las minorías. Las cámaras legislativas deben ser reflejo de que hay vocación de servicio y conciencia de país mediante un trabajo homogéneo, honesto y responsable en aras de los intereses nacionales.
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