Fran Araújo
Las personas que han llegado a una edad avanzada dicen que es un estadio de la vida, que uno es viejo sólo si se siente viejo. Muchos jóvenes lo ven como un proceso de decrepitud al que todo el mundo se ve abocado por mucho que se huya. Lo cierto es que en todo anciano existe un niño que grita ¿qué es lo que ha pasado?
Un viejo no deja de ser niño, ni adolescente, estas vivencias nutren su recuerdo. Volver a ellas es como volver a contemplar una obra de arte que se modifica y enriquece con nuestra experiencia. Utilizar el término viejo no es un acto fortuito. Con el paso del tiempo este término se ha ido cargando de un valor negativo cuando antes era todo lo contrario. El varón más viejo del clan era fuente de consejos y toda decisión pasaba por su análisis cargado de experiencia. Ahora se prefiere hablar de ancianos y de mayores, sin embargo el paso de los años no debería menoscabar el valor de esta palabra.
Vivimos en una sociedad en la que prima la juventud, lo novedoso, por encima de todo. En los últimos 50 años, la opinión sobre la vejez ha ido deteriorándose. La palabra senil, por ejemplo, que proviene de latín sénex (culto) ahora se utiliza para hablar de las excentricidades propias de la edad, de las consecuencias de esa degeneración.
Existe una extraña asociación entre juventud y creatividad, iniciativa, ganas de vivir. Si hacemos memoria muchas de las grandes obras de arte de la historia fueron creadas por viejos: Goya, Rodin, Miguel Ángel, Goethe, Thomas Mann, Strauss, Wagner… que habían llegado a la plenitud de su vida.
A partir de los 40 no notamos la edad, pero la vemos. Perseguimos sus indicios delatores para poder reconstruir el hecho del que somos testigos, el crimen que poco a poco nos delata: el envejecimiento.
Los síntomas de la vejez aparecen poco a poco, como pequeños avisos de una caída. Sin embargo, la vejez llega de repente. Un día, sin saber por qué uno se levanta y se siente viejo. Los síntomas son como un collar de perlas que se cae al suelo y se rompe, las perlas salen disparadas en todas las direcciones y no puedes ir detrás de todas ellas a la vez.
La vejez es esa ruptura, sólo que el hilo del collar se ha ido deshilachando poco a poco desde los 50 años. El organismo comienza a fallar y las dolencias físicas se hacen patentes en nuestro cuerpo. ¿Significa esto una derrota? Sólo es un proceso natural, un obstáculo más de la vida al que hay que adaptarse. Por eso es tan importante aprender a cumplir años, permanecer como un firme torreón en uno mismo y en sus capacidades. Defender la ilusión de vivir por encima de todas las cosas.
No se puede sucumbir a la corriente social que deja a los mayores al margen de los medios de comunicación o que muestran de ellos una imagen estereotipada de decrepitud. Este estereotipo mina la autoestima, la confianza en sí mismos, que representa la única arma para mantener los sueños de seguir avanzando. ¿Por qué los sueños de un anciano se los toma por absurdos, ilusiones propias de un moribundo?
La vitalidad y ese estado de sentir el alma latiendo es la mejor estrategia contra la enfermedad. Está demostrado que una persona que se mantiene activa a los 65 años, con ganas de aprovechar esa nueva oportunidad que aparece en su camino, la vejez, es más inmune a la enfermedad que otra que vive esa etapa como una carga. Una carrera de fondo en la que hay que avanzar a paso raudo, no para dejar atrás la enfermedad, sino para correr con ella a la par y que no nos sobrepase, que no domine nuestras vidas…
El autor es Director de cine.
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