Ensayo de su libro: Nada Más que la Verdad 1972
Fernando Díez de Medina
El planteamiento inicial del tema nos coloca ya en una encrucijada: ¿qué es periodismo?
Acaso sería más exacto decir: ¿Qué no es periodismo? Porque el mejor espejo de la sociedad moderna, su expresión cabal, su dimensión dinámica, es justamente el periódico. Definirlo sería limitarlo. Esta fuerza dialéctica, en permanente evolución; este diálogo que no termina nunca entre el papel impreso y el lector; esta pertinaz tarea de informar y de orientar, dosificando sabiamente lo que se ha de decir y lo que conviene callar, no son ma-teria de fácil enseñanza.
Escojo la forma interrogativa y cauta, por la complejidad del asunto. Creo que buscando entre todos, cambiando pareceres, contraponiendo criterios, será menos complicado aproximarse a la verdad. Y la verdad es que el periodismo fidedigno, el de oficio, el de vocación, el de noble y remontado vuelo, lo conocen pocos aunque lo practiquen muchos. Tómense, pues, estas breves reflexiones, como simples puntos de referencia para iniciar la discusión.
¿QUÉ ES PERIODISMO?
Podría ser, entre otras cosas, una profesión, una función social, una técnica, un arte. La profesión de un grupo de personas que viven de mantener informado al público. La función social de orientarlo en la apreciación de los sucesos internos y mundiales. La técnica de saber captar y presentar las noticias. Finalmente, el arte de expresar en forma bella y sintética, todo cuanto atañe al conocimiento del individuo y a su formación cultural.
Y aquí se ha de levantar el cargo que formulan pedantes y ensimismados, pretendiendo hacer consentir que pierden el tiempo los lectores de diarios porque éstos sólo darían vulgaridad, frivolidad.
En la actualidad, las profundas transformaciones de la sociedad han dado un nuevo ritmo a los diarios: son más ágiles, más vivos, conceden a la cultura espacios que antes sólo se reservaban a la noticia diaria y al aviso. Y si bien no pueden extenderse en la consideración de temas de alta categoría intelectual, al menos sus rápidas informaciones sobre la actividad cultural nos aproximan a un mejor conocimiento del acontecer espiritual.
Un periódico es, en manos de su director y redactores, un arma temible desde el punto de vista ético y social. Puede cons-truir con la misma facilidad que puede des-truir. Interviene activamente -y diariamente- en la formación del criterio y del buen gusto de millares de lectores. Con un juicio acertado, con un comentario malévolo, influye en la receptividad de quien lee la noticia. Si denuncia, debe ser justo respaldando esa denuncia con la verdad. Si elogia, debe medir la justicia de ese elogio. Si calla, debe reflexionar si la timidez o la envidia no mueven esos largos silencios deliberados de ciertas columnas.
Es que periodismo es, en esencia, ejercer dos funciones paralelas: informar, orientar. La noticia es como el esqueleto de un diario, todo se estructura en ella; pero la forma cómo se presenta la noticia y el propio parecer del periodista, son la carne que envuelve la osatura.
Difundir lo que sucede, dar un punto de apoyo al público para que pueda orientarse en la apreciación del diario vivir, es pues la doble e indivisible misión del buen periodista. Claro está que son muchas las deformaciones éticas del periodismo moderno. Hay quienes creen que un periódico es una máquina para ganar dinero con los avisos. Otros que lo toman de trampolín político para subir al poder o mantenerse en él. No faltan aquellos que lo consideran como un objeto de uso personal, exhibiéndose vanidosamente y cerrando sus pági-nas a los demás. Suponen, algunos, que el buen diarismo consiste sólo en dar noticias y que el público saque las consecuencias de la noticia por sí mismo. Tampoco faltan los entrometidos, que cargan de tal modo el acento en el Área editorial y en los comentarios marginales, que el pobre lector no sabe si lee un diario o asiste a un ser-món.
¿Pero es que puede llamarse periodistas a todos los que escriben y hacen un perió-dico?
Seguramente: no. Así como no es escritor todo el que escribe un artículo o publica un libro.
En el punto podría hacerse muy sutiles distingos. Hay quienes pasan por los diarios fugaces, desaprensivos, sin amor a la profesión. O los que se sirven de ella para obtener ventajas momentáneas. Escribir bajo consigna, para satisfacer rencores personales, con propósitos aviesos buscando solamente ganancias políticas o co-merciales, no es periodismo. Claro que el periódico es una empresa mercantil y debe ganar dinero para sostenerse: esto no se discute.
Pero esa actividad lucrativa debe encua-drarse a ciertos cánones cívicos y éticos, o sea, que no se puede predicar si no se mira en primer término a la función crítica y moralizadora de la hoja impresa cotidia-na.
Esta es otra de las grandes virtudes del diarismo contemporáneo: que además de ser fuente permanente de noticias, ejerce el derecho de censura y de encomio para defender las sanas costumbres, para exigir el respeto a las leyes, para amparar al débil y frenar al poderoso. ¡Cuántos perio-distas de verdad sufrieron agresiones físi-cas, encarcelamiento, persecuciones y aun la destrucción de sus imprentas, por sostener la verdad y la justicia!
Pero los persecutores pasan, siempre. La prensa queda, siempre también. Y esta lucha desigual del hombre de pluma contra la violencia de los poderosos, es tal vez su más alto timbre de orgullo.
Otra distinción: es una cosa, periodista otra. Un gran escritor puede ser un mal periodista; una brillante periodista puede no llegar a buen escritor. Son dos técnicas diferentes. El primero busca la profundidad del tema, construye pacientemente su ins-trumento expresivo, persigue creaciones armoniosas y elegante. El segundo se atiene al rasgo principal del suceso, impro-visa como el “jazzista”, prefiere lo conciso y lo sintético. El escritor tiene, siempre, algo de “prima donna”, es el artista que sa-le a primer plano. El periodista, sacrificado y anónimo como los artesanos que talla-ban las catedrales góticas en el tiempo medieval, hace su tarea silenciosa, abne-gada. No pide aplausos para sí, porque se ha fundido en la obra general que alimen-tan muchos.
¿Y quién es, en esencia el periodista? Todo el que trabaja en menester de im-prenta, publicidad, diario, revista. Desde el director, los jefes de redacción e informa-ciones, los diagramadores, pasando por los redactores especializados y los ágiles reporteros, hasta los prensistas, sin olvidar a los columnistas y quienes viven en la atmósfera cargada del diarismo diurno o nocturno, periodista es aquel que conoce el oficio de transmitir noticias en la forma más ceñida y exacta, al tiempo que sabe, también, la manera de orientar al público en cuestiones fundamentales.
Con todo el respeto debido a los intelec-tuales que dirigen periódicos y ocupan los cargos superiores en sus redacciones, yo diré que admiro al redactor y al reportero anónimos, esos valientes cazadores de sucesos, que agotan su juventud y su sis-tema nervioso afrontando las dificultades y los sinsabores del oficio. Desconocidos casi, pocas veces bien pagados, soportan la carga mayor de la pesada profesión periodística y reciben la parte menor de honores y beneficios.
Ellos son la espina dorsal de un diario. Homenaje!
Antes el gran periodista se individuali-zaba fácilmente. Baste recordar, entre otros muchos, esas figuras señeras de Zoilo Flores, José Carrasco, Abel Iturralde, Luís Espinoza Saravia, Demetrio Canelas, Eduardo Diez de Medina, Humberto Mu-ñoz Cornejo; o en tiempos más recientes, las combativas y renovadoras notas de Mario Flores, Gustavo y Arturo Otero, Ar-mando Arce, Jorge Canedo Reyes, Alfredo Alexander, Gamaliel Churata.
Hoy la tarea periodística se ha vuelto más compacta, más apretada, más colec-tiva. Los diarios más que el espíritu de un gran animador, reflejan la inquietud des-pierta y múltiple de todo el cuerpo de re-dacción. El periodista ya no es el hombre-orquesta del pasado, que lo mismo hacía la nota editorial, la crónica central, el reportaje, la crítica literaria, deportiva, o cinematográfica, la pequeña noticia y el comentario político. Ahora cada cual tiene definido su radio de acción.
Hay quienes piensan que en esta época de masas, el diario es, justamente, el me-dio de expresión de y para las masas. Porque — se arguye — ¿acaso no reflejan los diarios las inquietudes y los anhelos del gran público, no salen a su encuentro para alimentarlo, guiarlo en su marcha al bienestar y al progreso? Indudablemente: en parte, el diarismo moderno es de ca-rácter colectivo, mira al conjunto, quiere llegar a todos, busca un consenso general. Pero, de otro lado, persigue interesar al individuo, quiere tocar a su conciencia, informarlo, distraerlo, ayudarlo a formar criterios en los asuntos públicos.
Ni una “summa” de sabiduría, ni un pozo de frivolidad. El periódico es un instrumen-to, es un medio de saber para el hombre actual. No agota los asuntos: los presenta en su fase inicial. No pretende formar sabios ni estadistas. No maneja partidos ni masas. No es una academia de cultura ni un simposio de técnicas modernas. No tie-ne el poderío de un Banco, de una indus-tria, de una gran organización Comercial. Y sin embargo ¿quien podría vivir sin un pe-riódico en las ciudades contemporáneas?
Se le ha comparado con el pan de cada día, y en cierto modo lo es. Lo compramos, lo devoramos con el desayuno, en la calle, en la oficina. A veces masticamos lindos bocados, cuando se refieren favorable-mente a nosotros o expresen conceptos que compartimos.
Entonces el juicio brota espontáneo: “¡Pero qué bien: éste es un gran periodis-ta!” Otras pasamos duros tragos, cuando nos critican o manifiestan pareceres con-trarios a los nuestros.
Entonces la protesta estalla fulminante: “¡Desgraciado! Esto no ve más allá de sus narices.”
Pero el diario nos hace vivir, en el júbilo, en el disgusto, en el flujo torrencial de las noticias, en las saetas de sus comentarios, en ese lienzo trepidamente movible y ani-mado, que nos trae todos los días, una imagen general de lo que sucede en el mundo, y una versión resumida de lo que acontece en el propio país.
Habría que analizar, en la patología social de nuestro tiempo, por qué muchos periódicos conceden espacio y titulares preferentes a la nota sensacionalista, macabra, erótica.
En Francia y en Italia, naciones cultísimas, he leído crónicas policiales y escandalosas francamente repugnantes. El célebre caso del geómetra Fenaroli, que hizo asesinar a su esposa para heredar un seguro de muchos miles de dólares, tuvo ocupada a la prensa romana seis meses consecutivos! En tanto a las grandes creaciones científicas o a las superiores actividades culturales se dedicaban apenas ceñidos renglones. Y aquí cabe aclarar, en un sentido general que la prensa sudamericana y la nuestra, la boliviana, en este campo odioso del sensacionalismo y lo desagradable, tiene mayor concepto de moralidad y de buen gusto que la prensa europea.
¿Existe, en el mundo, prensa independiente? He aquí un tema que puede costar la cabeza a quien lo trate. ¿Existen periódicos que no obedezcan consignas políticas de afuera y de adentro, intereses mercantiles organizados, necesidades de logia, o apetitos personales? Existen, pero son pocos.
Y éste es otro de los puntos que han de cuidar los periodistas de hoy y de mañana: la buena no ha de servir para amañar fortunas ni para defender conveniencias sectarias o de individuos. Un diario es una institución pública, en cuanto a la dignidad y a la seguridad de las personas se refiere. Más se le pedirá nobleza que astucia, generosidad que cálculo, tolerancia que transigencia. En el plano jurídico puede pertenecer a un hombre o a un grupo de hombres; en el plano moral pertenece y representa a la sociedad entera. Y así como él nos juzga, nosotros, sus lectores, que le damos vida al tiempo que de él la recibimos, tenemos también el derecho de juzgarlo. Para informar, para orientar, para formar la opinión en América y en Bolivia, hay que seguir la línea recta del sentimiento cristiano, de la sana moralidad, de la moderación en la conducta y en el expresar.
Tampoco es la soberbia atributo del buen periodista. Cuéntese que un día se presentó un ciudadano inglés al “Times” de Londres, uno de los más grandes rotativos del mundo por su prestigio inconmovible.
“Vengo —dijo el atribulado ciudadano — a pedirles que rectifiquen una noticia que dieron en la edición de ayer. Soy fulano de tal y no he fallecido como ustedes anunciaron. Les ruego aclarar el caso porque esto me trae muchos perjuicios.”
El empleado del rotativo que lo atendía tomó un ejemplar del “Times” del día anterior, buscó la columna respectiva, comprobó que se trataba, efectivamente, de fulano de tal y en
tono campanudo le contestó: — Lo siento, señor, si el “Times” ha publicado que usted ha muerto, quiere decir que usted ha muerto efectivamente. El “Times” nunca se equivoca.”
Por muy alta que sea la cultura de los ingleses, por grande que repercuta el prestigio del “Times” londinenses, esto suena a majadería e iniquidad. Majadería, porque un periódico no puede aspirar a la infalibilidad papal. Iniquidad, porque aquel que causa un daño a tercero, está obligado a excusa y reparación. El código del periodista antepone la justicia a la soberbia. Diré, pues, que respeto más al periodista que confiesa un error y lo subsana, que no a quien se aferra en el equívoco con daño manifiesto para otros.
Ahora bien: ¿ha ser el periodista frío, rigurosamente objetivo, imparcial en todo cuanto escribe; o se dejara llevar, como todo ser humano de las pasiones y emociones que le suscita el espectáculo del diario vivir? Prefiero al periodista apasionado, a condición que frene y domine sus entusiasmos o sus mal querencias. Emotivo en el concebir, sereno en el realizar.
Claro que es difícil conciliar ardor y ecuanimidad, pero ésta es, verdaderamente, la virtud del buen hombre de prensa: unir el fuego del luchador con la maestría contenida del pedagogo, porque en todo periodista de vocación hay un maestro y un combatiente al mismo tiempo.
Entusiasmo, pero entusiasmo razonado: ésta sería la fórmula ideal. ¿Estilo elegante.
Imaginación, conocimientos básicos? Eso está bien para los literatos — decía un gran periodista. Lo que necesitamos en las redacciones son personas que sepan ventear los hechos y transmitirlo al público en la forma más resumida y vivaz. Se puede analizar todo cuanto se quiere a un asunto, pero lo esencial consiste en saber comprimirlo en sus líneas esenciales. La síntesis es la nuez de la crónica periodística.
La noticia tiene perfiles agudos o romos según quien mire. Puede ser penetrante, como un puñal buido, o inicua como una caja de fósforos vacía. Depende cómo se la explote. En esto juegan mucho los titulares, la ubicación de página y columna, el acierto del encabezamiento y ese "golpe visual" del redactor o del reportero que sabe capturar el color, el olor y el sabor de los acontecimientos, para comunicarlos al lector con la apariencia de una hermosa manzana incitante.
Claro que no siempre encontramos manzanas en la prensa. A veces nos sirven churrasco con arsénico o cáscaras vacías de maní. Otro famoso sociólogo pensaba que el periódico solo
busca hechos que giren en torno a la vida, la pasión, y el drama, es decir el corazón humano.
Poca fantasía, mucha realidad.
Se ha dicho que el cronista debe escribir lo que le dicen, no lo que piensa. Juicio erróneo. Esto sería reducir su tarea a la mera copia del pensar ajeno. Justamente, la habilidad del buen periodista, consiste en escoger la pulpa de la noticia, eliminar lo superfluo, y agregar lo que sea preciso para dar mayor sazón al alimento espiritual.
El diario es como un colmenar. Hay que llenarlo todos los días, pero también hay que escoger y desechar mucho de cuanto llega a las redacciones. Todas las abejas trabajan sin
descanso, de día y de noche. Los zánganos deben morir.
A veces el sistema se presenta duro, rayano en la crueldad, porque debe parar por encima
de sentimientos y consideraciones personales. Acostumbrado a lidiar con los aspectos
heroicos, brutales o míseros de la vida, se insensibiliza un tanto, pero al cabo el periodista
guarda un Quijote en el alma y siempre está dispuesto a romper lanzas por las causas justas y
por el hombre digno.
¿La circulación y los anuncios, o la defensa de la verdad? He aquí el gran problema de los
periódicos modernos. El periodismo es una gran aventura y una pesada responsabilidad. No
sólo una profesión, una escuela de carácter, un instrumento para guiar a las masas y educar al
individuo; es también, en su conjunto, una empresa comercial que exige pericia y buen
manejo. En él lo ético y lo lucrativo se tocan.
La publicidad moderna, eje de los diarios, es exigente: tanto vale el continente como el
contenido. Un buen periódico debe estar bien escrito y bien presentado. Redactor y reportero
tienen que captar con precisión la noticia, darla en forma atractiva, titularla adecuadamente,
saber diagramar y componer páginas. Lo literario y lo gráfico corren pariguales.
Audacia controlada. Rectitud para juzgar. Espíritu de iniciativa para alimentar el mundo
noticioso. Capacidad de síntesis y eliminación. Don de ubicuidad para captar las tensiones
dinámicas del vivir moderno. Y algo de artista y de artesano a la vez, porque el buen
periodista crea la materia de su arte y la modela amorosamente hasta entregar a los lectores el
artículo, la crónica, el suelto o el título que esconden una técnica invisible de aprehensión y
transmisión de los sucesos.
En Bolivia, país nocturno, donde todavía imperan la oscuridad, el desorden, el estallidoviolento de las pasiones, la prensa cumple una tarea noble, riesgosa, de sacrificio. El
periodista, en su afán de revelar la verdad, es el servidor público más expuesto a las
represalias de grupos y personas.
Cuando la Patria nacía, diarios y publicistas la sirvieron con la sangre y con la idea.
Defendieron lo República y sus instituciones contra los desmanes de los déspotas. Después,
en más de un siglo de luchas enconadas, contribuyeron a crear una conciencia pública,
abrieron camino a la cultura, fueron guardianes insobornables de una herencia de rectitud y
de coraje. La buena prensa es como la sal de la sociedad. ¡que nunca se extinga en nuestro
medio!
Dos grandes instituciones civiles tiene Bolivia, tan nobles y tan fuertes v como sus
montañas: la Prensa y la Universidad. Ambas cumplen funciones utilísimas. Enseñan,
investigan, contribuyen a formar al buen ciudadano, hacen el análisis de los males y errores
que nos circundan. Con raras excepciones, los periodistas y los universitarios son, por
naturaleza, opositores: defienden el espíritu, se alzan rebeldes contra todo abuso de poder,
rompen lanzas por los perseguidos, son los críticos inexorables del transcurrir social. El estudiante siempre rebelde, el periodista insobornable siempre ¿no son el mejor blasón para el pueblo libre y valeroso de los bolivianos?
Aquello del cuarto poder del Estado se ha de tomar más en un sentido simbólico, de pedagogía colectiva. En el hecho no hay profesión más abnegada ni más expuesta. Gobierno, personajes y personajillos cobran con frecuencia agravios por críticas o noticias que los perjudican.
Un diario, como empresa, y sus redactores como personas, están siempre expuestos a sufrir las reacciones de quienes se sienten agraviados por la difusión de la verdad. Si queremos prensa digna y veraz, demos al periodista la jerarquía rectora que requiere para ejercer su ministerio. Un diario debe ser baluarte de luz: no echa sombras, despide rayos para todos. Y así como el filósofo al pie de los Propíleos enseñaba a la juventud ateniense la ciencia de la dialéctica, los hombres de hoy veremos en el periodista de vocación al didacta genial que toma el pulso del mundo y los trasmite sin descanso, porque sabe que la noticia y la imagen son los instrumentos inmediatos para aprehender la realidad.
Rindamos, pues, homenaje al periodismo. Es la mejor vitamina inventada por el hombre.
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