La gran crisis económica mundial, de los años 30 del siglo recién pasado, conocida como la Gran Depresión, conjuntamente las dos guerras mundiales y la imposición del socialismo en casi una tercera parte del planeta, son hechos históricos que modificaron substancialmente la forma de operar de las economías nacionales, a partir de entonces.
Estados Unidos, el ejemplo de la inicial economía libre de mercado durante el Siglo XIX, se basaba en creencias, que nadie las ponía en duda en esos tiempos y en ese gran país. Por esta razón fue el que tuvo el mayor crecimiento económico durante ese siglo.
La ambición individual que buscaba el beneficio lucrativo en las actividades comerciales e industriales era bien vista en la sociedad norteamericana de ese tiempo. De acuerdo con la doctrina de Adam Smith, se consideraba que dejar expresarse libremente a los intereses individuales, siempre presentes en el alma de las personas, era más beneficioso para todos y en el largo plazo, que impedir se manifieste de la manera como los moralistas de todos los tiempos pregonan.
Es más, -afirma Van Cise, citado por Roberto Christensen, en su obra, “Empresa Multinacional y Estado Nación, Tortuosa Convivencia”, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1973- los norteamericanos pensaban que la lucha por la ganancia personal no solamente era la vida de toda actividad comercial, “sino la vida misma”. La lección que suministra la vida “es que los que mejor se ayudan son aquellos que se ayudan ellos mismos. Por ello, ha sido fundamentalmente el interés personal y no el desinterés, el que ha guiado a los conquistadores a descubrir nuevas tierras para alimentar al hambriento, a los inventores a descubrir nuevos medios para vestir al desnudo, y a los hombres de negocios a desarrollar nuevas actividades e industrias para satisfacer las necesidades de la sociedad”.
Van Cise recuerda que la sociedad libre se basaba en una verdad indiscutida para la sociedad norteamericana que se puede resumir de la manera siguiente: “aquellos que más han contribuido en beneficio de la sociedades en el curso de su guerra competitiva, han sido los incansables individuos que motivados por internas convulsiones aumentaban el lote de sus ganancias. Por un lado, se advierte que los hombres complacientes que quisieron compartir con los otros todo lo que la naturaleza pródigamente suministraba, han tendido a permanecer salvajes. En cambio, los hombres disconformes con lo que sólo la naturaleza les suministraba y lucharon para superarla, han inventado la rueda, el arado y la espada; han aprendido a comunicarse por medio de la palabra, la pintura y la escritura, y además se han comprometido con el tráfico comercial por medio de la moneda y del crédito”.
¿Qué sucedió para que estas ideas tan arraigadas en la sociedad norteamericana cambiasen pasados los años de la década de 1930? Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía en 1976, nos da la respuesta. La explicación está en la crisis económica de 1929, que fue una catástrofe sin precedentes en la vida de una gran nación, -nos dice en su libro escrito con su esposa titulado “Libertad de Elegir”- “La renta monetaria del país se redujo a la mitad antes que la economía alcanzara el punto más bajo de la crisis en 1933, la producción total disminuyó en un tercio, y el desempleo alcanzó la cifra sin precedentes del 25 por ciento de la población activa … la depresión convenció al hombre de la calle de que el capitalismo era un sistema inestable destinado a sufrir crisis cada vez más graves… la crisis económica hizo añicos la creencia sostenida durante mucho tiempo de que la política monetaria constituía un potente instrumento para alcanzar la estabilidad económica… el Estado tenía que desempeñar un papel más activo; intervenir para compensar la inestabilidad provocada por la actividad privada incontrolada, actuar como un volante de regulación para promover la estabilidad y asegurar el bienestar”. Esto no sólo hizo los EEUU sino todos los países del mundo, durante el Siglo XX en mayor o menor medida, que también fueron afectados por la Gran Depresión de manera significativa.
Así como la crisis económica del 1929 surgió en EEUU y se propagó por el mundo, llevando sus efectos desastrosos, también generó que las economías nacionales se cerrasen y, con ello, se impulsó el proteccionismo de los países, terminando el primer ciclo de globalización que había dado sus mayores frutos durante el Siglo XIX. Hicieron su aparición con fuerza también las nuevas teorías económicas que justificaban la ineludible presencia estatal en la actividad económica para impedir la presencia de las depresiones económicas.
El autor es Profesor emérito de la UMSA y Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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