Tal como se esperaba, el tribunal de la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) admitió la demanda boliviana contra Chile para exigir al vecino a negociar seriamente, sin falsas promesas, una salida soberana de Bolivia al Pacífico. Chile interpuso hace tiempo una “objeción preliminar” cuestionando la competencia de la CIJ para tratar el tema, pero dicha objeción fue desestimada el jueves pasado, por lo que a partir de ahora recién empezará el tratamiento de los asuntos de fondo de nuestra demanda.
Bolivia ha recurrido al tribunal de La Haya luego de que hubieran fracasado intentos de hacerse oír en la Sociedad de las Naciones, desde los años 20. Pero, además, antes y después, cuando las negociaciones bilaterales con Chile no llegaron a plasmarse en algo palpable luego de múltiples gestiones diplomáticas en que se avanzó mucho -en Charaña se llegó hasta a delimitar conjuntamente la franja soberana que recibiría nuestro país- que finalmente Chile desestimó. Ni qué decir de los esfuerzos bolivianos, una vez fracasadas las gestiones bilaterales, de actuar en organismos regionales y mundiales como la OEA, NNUU y otros, además de obtener los apoyos expresos de muchas naciones de América, que Chile ignoró olímpicamente. Algunas de las resoluciones de la OEA fueron importantísimas, como la de 1979 en La Paz, cuando hubo casi unanimidad en el respaldo a nuestra causa, con excepción de Chile, naturalmente. Sin embargo, la resolución de 1983 en el mismo organismo, fue suscrita hasta por Chile y ahí se apoyaba contundentemente, una vez más, el retorno soberano de Bolivia al mar. Todo eso se lo llevó el viento.
Este Gobierno, después de haber perdido un lustro engatusado con la agenda fantasma de los 13 puntos -donde el mar era un acápite más entre otra docena de temas que iban desde los recintos aduaneros hasta el Silala- optó por lo correcto, por el camino del derecho, la justicia y la paz. Eso era recurrir a La Haya. Hay que reconocer que fue una medida necesaria y acertada. Se decidió por cuanto cabía hacer, aun sabiendo que no estarían ausentes los riesgos y que muchas personas -el que escribe entre otros- verían la decisión como inaplicable. Además esto de recurrir a La Haya tuvo el mérito de convocar a la unidad, llamando a cooperar a personalidades que conocían del tema marítimo (expesidentes, excancilleres, exembajadores) y no recurrió a la demagogia de encomendar tan delicada diligencia a los jefes escogidos en las llamadas organizaciones sociales. No fue el Conalcam quien decidiera nada. Ojalá que esto no varíe en los próximos meses y años, con el propósito de que, si todo sale bien, darle íntegramente el mérito a S.E. de cara a una futura tercera reelección. Eso defraudaría a quienes han creído convencidamente en el patriotismo del Gobierno.
Los bolivianos tenemos pleno derecho de celebrar un acontecimiento como este porque es un triunfo diplomático que nos abre camino hacia la solución marítima. Casi nada se ha podido celebrar en el campo de las relaciones internacionales en la última década que no sean enunciados telúricos que lanza cada vez que puede S.E. y el canciller Choquehuanca. O que sean producto del autobombo que se cosecha en las caribeñas reuniones del ALBA o en generosas universidades extranjeras de segundo y tercer nivel, repartidoras de honores a troche y moche, que aplauden frenéticamente el manido discurso guevarista del antiimperialismo y el anticapitalismo.
Esta es una victoria porque Chile apostaba a que la Corte se declarara incompetente para juzgar la demanda y que, por tanto, el asunto fracasara y volviera a una obligada instancia bilateral al gusto del vecino y no como las negociaciones que pueden producirse a futuro. El gobierno chileno hacía gala de algunas esperanzas, falsas o ciertas, de que Bolivia se quedara con un palmo de narices en las puertas del palacio de la CIJ. Para muestra, los desplantes del canciller Muñoz.
Es entonces algo muy importante lo que ha ocurrido el jueves último, siempre y cuando se tenga en cuenta de que el retorno de Bolivia a las aguas del Pacífico sigue distante y de que la CIJ no va a obligar a Chile a entregarnos un territorio soberano en la costa, aunque nos vaya muy bien. Hay que ser conscientes de que hemos recorrido lo menos complejo del camino y que ahora viene lo dificultoso, que esperamos vencer. Para eso tenemos la justicia de nuestro lado y un mundo que comienza a entender el porqué de nuestro reclamo.
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