De forma cuestionable se están utilizando distintos símbolos patrios, específicamente los de color, para hacer que los bolivianos los reconozcan como tales, sin mayores sustentos históricos.
La Constitución Política del Estado (CPE), en su Capítulo I. Modelo de Estado, dispone en el artículo 6.1., parágrafo II, que los “símbolos del Estado son la bandera tricolor rojo, amarillo y verde; el himno boliviano; el escudo de armas; la whipala; la escarapela (tricolor); la flor de la kantuta y la flor del patujú”.
Puede que con posterioridad a la promulgación de la Constitución, en fecha 7 de febrero de 2009, se hubiera emitido alguna ley o decreto supremo, pero, en tanto no sea debidamente parte de la CPE, es improcedente darle o darles profusión a otros símbolos, que ciertamente merecen respetabilidad, pero que no tienen aquel carácter fundamental.
Los países organizados, como se presume que es Bolivia, tienen que ser muy cuidadosos con cuestiones tan esenciales como es su nombre, su organización territorial, su capital y sus símbolos. Ellos, debido a que están por encima de los tiempos y de los siempre circunstanciales episodios políticos, son permanentes en tanto conserven su existencia como tales.
La pérdida del acceso al mar no es motivo suficiente para crear sobre esta base una bandera, porque el mar es de todos y ningún país, siendo incluso ribereño, tiene el derecho de darlo como propio. Si se produjera tal eventualidad, incurriría en equívoco mayor, al incluir entre sus símbolos patrios el color azul de los mares.
Los bolivianos, por haber sido usurpada por Chile su costa marítima, en una guerra de conquista, añoran tener la posibilidad de gozar de sus aguas, para seguir formando parte de la vecindad del resto del mundo. Empero, de ahí a tomar su color para convertirlo en símbolo nacional, es una arbitrariedad o por lo menos una deplorable ingenuidad.
Aparte de estas posibilidades, se presta a que el resto de los ciudadanos del planeta subestimen a los bolivianos como seres carentes de una elemental racionalidad. Peor todavía, que se los tome como a gente que se excede en expresar sus emociones, hasta el extremo de caer en el ridículo.
La cuestión se torna más censurable cuando de forma subliminal se trata de obtener un rédito político. Embanderando los edificios públicos con inmensos lienzos azules, porque es el color distintivo de la organización política gobernante.
Además, se le confiere un trato subalterno a la bandera nacional, colocándola en esos lienzos en un espacio superior pequeño, poniéndola presumiblemente como contraparte de la whipala, que es el símbolo que se reconoce en la actual Constitución, pero que, en el fondo, es igualmente, otra manifestación de la simbología adoptada por el oficialismo.
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