Hans Dellien S.
Existe una estrecha relación vinculante, equivalente a una simbiosis, entre la historia y la guerra, que ha cambiado más de una vez la faz del mundo. Cuando el 23 de marzo evocamos el recuerdo latente de un episodio culminante de la Guerra del Pacífico, hay algo más profundo que la simplicidad de los fastos tradicionales, y es que el suceso se dio en el mar, esa inmensa masa líquida que apareció hace cuatro mil quinientos millones de años en nuestro planeta, formada, quizá, por una lágrima del Creador, ya que por sus aguas catástrofes inimaginables esclavizaron y torturaron a la humanidad.
Don Eduardo Abaroa Hidalgo -un boliviano de 41 años, civil y letrado-, en Calama protagoniza, en un solo acto, el drama profundo de la historia, que lo transfigura y encarna en esa especie de deidad epónima, para incorporarse al Olimpo de los Héroes. Abaroa era contador, consejero municipal y minero, fue por unos días a Calama, “sin saber que el destino lo llevaba a una cita secreta con la gloria”. Cuando el enemigo lo intimó, en el puente Topáter, la salva de palabras más duras y vibrantes que se hayan pronunciado retumbó en el azul Pacífico, ahogando el oleaje del mar: “¡que se rinda su abuela… carajo!”.
El escenario: Calama del quechua desnudo, como debía ser la tierra y el arenal del desierto para resaltar la epopeya sin obstáculos, como único fruto en ese edén del heroísmo y porque el nacimiento, la verdad y la muerte deben estar desnudos de toda otra realidad que no sea la propia e íntima. No en vano el verso de Rubén Darío dice: “…por eso ser sincero es ser potente, de desnuda que esta brilla la estrella…”. Y el lugar, “Topáter”, qué nombre tan especial, que musicalidad vibrante y marcial tiene. Topáter es como decir: Termópilas, Lepanto, Trafalgar, Zaragoza, Waterloo, Gerona, Ingavi, Junín o Ayacucho. Si pareciera salir la voz, desde el abismo cósmico o retumbar su eco en la maciza catedral andina y desvanecerse en la diafanidad y transparencia del éter.
Topáter es como un talismán sonoro, compuesto de tres vocales y tres consonantes, que nos traduce un mensaje musical y mítico, cuando la realidad alada de ayer se hace magia actual, sacudiendo nuestras conciencias, para no adormecernos en el renunciamiento, sino que transformados al estilo pentecostal salgamos al encuentro de nuestro destino y conquistarlo, ya no con la fuerza retrógrada y superada, sino con la inteligencia y la estrategia racional de esta hora crucial de profundas transformaciones del primer quinquenio del Siglo XXI.
Calama, 23 de marzo 1879, Eduardo Abaroa, el mar y la Patria son las piezas que arman nuestra estructura filosofal; es el numen de nuestra verdad y la esperanza de nuestro supremo destino. Nuestro futuro es un epinicio de justicia, paz y voluntad; es la gracia que heredamos de Dios; el mar, el aire, las selvas, montañas, los hielos árticos y el cosmos son patrimonio de todos los pueblos que podemos compartir. ¡Diálogo, amistad e integración son imperativos!
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