El contundente revés asestado por nuestro país al fracasado recurso de incompetencia intentado por Chile mediante su heraldo de la democracia cerrada, ha sido plenamente ratificado por la Corte Internacional de Justicia frente a toda la comunidad internacional.
Hoy nuestro oponente, agraviado y “deshonrado” por el recurso perdido, responde con ofensas y afrentas, amenazando al mismo tiempo con el retiro de su representación del denominado Tratado Americano para soluciones pacíficas o “Pacto de Bogotá”, caprichoso propósito que -dicho sea de paso- de cumplirse abrirá para Bolivia el recurso de arbitraje, ante otras instancias, esta vez contra el ominoso Tratado de 1904.
Lo precedente suma un nuevo “eslabón” en la cadena diplomática de fracasos del protectorado de O’Higgins, que revela, definitivamente, la patraña de la otrora supuestamente eficiente, activa y eficaz diplomacia araucana que, concluyentemente -en opinión de expertos de la Unión Europea-, no se aviene a una diplomacia del moderno Derecho Internacional, que no le permite forjar, además, alianzas estratégicas con sus vecinos, por ejemplo para defender sus propios intereses, lo que lo ha convertido en un país “paria”. Lo anterior confirma las palabras del propio Ministro de Defensa chileno al reconocer que su país “es un buen alumno, pero mal compañero”.
Recordemos, al respecto, su reciente descalabro ante el Perú al tratar de convertir un convenio pesquero en un “tratado jurídico” (ofendiendo con esto la experiencia e inteligencia de la Suprema Corte), así como otros hechos de la historia inmediata, como su abstención e inamistoso antagonismo al tratado de asistencia recíproca en ocasión del conflicto de Las Malvinas o su desesperado clamor de mediación papal en su disputa con Argentina por el caso Beagle. Ha sido patético asimismo el fracaso de su representación económica y diplomática al tratar de conseguir gas del Perú, país que -a través de Camisea- envía ingentes cantidades al lejano México. Recordemos también -para no abundar- el caso de tres conscriptos bolivianos detenidos en la frontera (soberano aplazo diplomático ante la comunidad internacional), que obligó a liberarlos sin culpa alguna.
Así, pues, queda al descubierto que la verdadera fortaleza y competencia chilena es su aparato militar con su enfermiza compra de armamento, que corroe su economía, y se constituye -en la penumbra- en la palabra oficial e insoslayable de nuestro oponente (gobierne quien gobierne), hoy sumado deplorablemente al perfil de su actual presidenta, constituida en un verdadero paradigma militar.
No nos sorprende, pues, su reacción acostumbrada ante cualquier inicio o intento histórico de diálogo bilateral y/o “monólogo estéril”, como en los casos del desvío del río Lauca, el uso arbitrario de las aguas del Silala, el desminado de fronteras, traslado de hitos, etc., por ejemplo, que se realizó curiosamente en el marco de una notoria intimidación, exhibiendo este país material de guerra, juegos de guerra, paradas militares, etc., como el último denominado “salitre-2009”, con el lanzamiento paralelo de su segundo satélite de aplicación militar.
Pero recordemos finalmente -como un cívico y racional MEA CULPA- que definitivamente nuestro absoluto encierro deviene no precisamente del asalto e invasión del perverso vecino, sino más bien de la pésima negociación del Tratado de 1904 (en contradicción con el actual triunfante esfuerzo nacional), por adláteres que no rescataron una puerta siquiera de nuestras costas; aunque prolijos en el recibo del deshonesto “resarcimiento”.
Hoy Chile; ante la nueva realidad, debe entender de una buena vez que la integración es una obligación para que las soluciones tomen otro cariz, ya que una cosa es tratar de forzar soluciones por la vía de la intimidación, la demostración militar o el poder económico y otra es hacer las cosas de manera fraternal, con negociaciones en las que todas las partes ganen.
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