Juan Bautista Del C. Pabón Montiel
El más extraordinario pulmón de la vida es el árbol; plantado en selvas generosas, en parques nacionales, es un símbolo divino por y para la vida. Su sombra mitiga el calor; sus hojas cantan los misterios de las noches y apadrinan el nacimiento de un nuevo día, escondiendo los rayos del rey sol.
¿Primero fue el agua o el reino vegetal? Naturalmente que fue el agua, junto a ella nació la verde vida, la esperanza del reino terrestre con millones de especies, no clasificadas. Otros con nombres sonoros, de hombres ilustres o el gentilicio de los pueblos en que nacieron.
Aquí, en la frontera, hay un mar inmenso de árboles, con nombres originarios; son un canto eterno a los altares del Dios de la vida. El Toborochi, tonel ordinario, lleno de espinas, pero guapo en invierno, pues florece con colores desde el morado obispo, hasta el celeste cielo. Su madera sirve -según los originarios del lugar- para hacer canoas. En la Guerra del Chaco, para casamatas o cobijo de nuestros valerosos soldados. El Paratodo florece con amarillo intenso, robando colores a los rayos del sol. Especie que sirve para curar muchos males, se lo ve escasamente en el pueblo; no comprobamos hasta la fecha que es un curalotodo, pero se lo ve hermoso, cual centinela de la vida. El Bibosillo, planta ornamental, con sus hojas impecablemente limpias, como la carita de una dama cruceña, sin retoques o maquillaje. Todos los días se levanta, bien lavadas sus hojas, presentándose como si fuera un enamorado de los siglos.
El “Cuchi” es árbol trabajado con acero y mármol por las manos del artista de la Creación. Es fuerte, invencible ante el agua, imperecedero ante la misma termita que derrumba edificios y fortificaciones. En los yungas paceños lo conocemos como madera “Colo”, por calidad y coraje ante las adversidades. El Cupesí, el Tamarindo cuyo fruto alivia la sed.
En la niñez sentimos los primeros olores del Eucalipto, allá en la zona de Pura Pura; parecía que la naturaleza nos saludaba, depositando en nuestras almas su sabor bienhechor, al estilo de medicina con sabiduría que purifica los bronquios, respirando su mano curandera. El Pino -o Acacia-, en sus distintas formas de aparición en los bosques sagrados, hiere con su humedad el dulzor de los años.
Pese a la nobleza del árbol, los llamados civilizados, sierra en mano, hacha al hombro, cercenamos sus vidas, quemamos sus raíces; su madera altiva y soberana la vendemos con el nombre de muebles artísticos, sin que ellos lancen sus ¡ayes de moribundos! Pero sus muertes no serán solas, en sus velatorios asistiremos como muertos, los autores de los crímenes de lesa humanidad: ¡los salvajes vestidos de humanos!
Desde nuestra infancia, nos ponemos de rodillas antes sus majestades: ¡los árboles!
Puerto Suárez - Santa Cruz, Bolivia.
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