Algo más que palabras
Me gustaría que leyeran este artículo aquellas personas que no quieren instruirse, que se han negado a enderezarse y no desean aprender, que están salvajes como ese campo sin ararlo y que quieren proseguir el camino sin despertar el intelecto. Cultivarse es algo admirable, sobre todo cuando nos enseñan a pensar, para bucear por nuestros interiores, o a sentir el contacto con nuestros semejantes de manera respetuosa para poder convivir. No hay mayor tesoro que poder educarnos para la vida que nos espera, para la convivencia que nos aguarda, para el discernimiento de la justicia como conciencia, para ser excelente persona cada día en definitiva.
Por consiguiente, yo les diría a los individuos que no quieren dejarse sorprender por la sapiencia, que al final somos lo que la educación hace de nosotros. Porque hasta para reflexionar, precisamos saber mirar; y, para ver, también requerimos de un afán, la búsqueda permanente. Y, en esa exploración verdaderamente hermosa, se precisa la colaboración de todo un pueblo.
Los maestros, las familias, ¡todos!, son los primeros que han de permanecer abiertos a la realidad circundante. Sería bueno, por tanto, que la sociedad toda unida, reinventase un nuevo entusiasmo para ganar la apatía de esos seres en formación, que pudiendo formarse rehúyen de hacerlo. Ciertamente, cuesta entender que haya tanta dejadez social, ante el alma tan tierna de un niño, al que podemos destruir o, por el contrario, templarlo para que pueda salir airoso ante las dificultades de la vida.
Por otra parte, aún hay otros países, que para alcanzar el objetivo de la educación primaria universal de aquí a 2020, se necesitarán contratar a un total de 12,6 millones de maestros, según datos recientes del Instituto de Estadística de la UNESCO. También se olvida la sociedad que, educando a los niños de hoy, no será necesario castigar a los adultos del mañana. Mi consejo, pues, que se dejen instruir para embellecerse y verán luego el gozo que sienten, amarán más la vida y se amarán mejor. Piensen, en todo caso, que nunca es tarde para engrandecerse y abrirse a la plenitud de la existencia.
Deberíamos acusarnos todos, ante esos niños que no quieren aleccionarse, tanto sea por desgana propia del educando como por falta de incentivos en los recursos o docentes. La docencia es una cadena de transmisión de la civilización, que ningún país debe obviar, en la medida que su actuación nos hace avanzar o retroceder. Por eso, es una buena noticia que el eje de la Agenda de Educación 2030, considere como primordial objetivo “una educación de calidad inclusiva y equitativa, y promover las oportunidades de aprendizaje permanente para todos”.
Indudablemente, todo debe girar alrededor de la formación y, en este sentido, los docentes juegan un papel vital. ¿Quién no recuerda a sus buenos maestros? Por desgracia, una buena parte de los jóvenes de hoy son unos violentos opresores, suelen ser irrespetuosos con todo, contradicen a sus padres sin miramientos alguno y le faltan al respeto a sus docentes en cualquier momento. No importa el sitio ni el lugar, son ingratos; y, por curioso que parezca, también son un buen puñado los que aspiran a vivir del cuento. Al final, cuando la vida les injerte los primeros palos, recordarán aquellas enseñanzas de las que pasaron, y con gratitud evocarán aquellos que les abrieron los ojos. Pero ya será tarde para enmendar comportamientos y sufrirán, por su ignorancia, las mayores servidumbres.
Ha llegado el momento que todos, gobiernos y comunidades internacionales, familias y sociedad en general, apoye unánime a los docentes y al aprendizaje de calidad en todo el planeta, especialmente en aquellos ámbitos que cuentan con el mayor número de niños sin escolarizar. A fin de cuentas, la eficacia de cualquier sistema educativo depende de la formación de sus educadores. Por tanto, todos debemos apoyar a los docentes, para que esas personas que no quieren saber nada de libros, puedan sentirse libres, vean en sus maestros, personas integradoras e integrales, que aparte de predicar con el ejemplo, son efectivos guías motivadores, hasta el punto de enseñar a la gente que no quiere, ascender a la autonomía de la libertad que es lo que la educación injerta, sin darse cuenta de que está aprendiendo. Con razón el porvenir está en manos del auténtico docente y, mucho más, en todo el pueblo que también educa.
El autor es escritor.
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