Ante la crisis económica en la que nos debatimos, existe preocupación sobre las medidas urgentes que habría que adoptar para paliar, siquiera en parte, las consecuencias de no poder cubrir todas las necesidades que se tiene. Una de las respuestas, la más positiva y práctica es, seguramente, asumir conductas austeras en los gastos, especialmente suprimiendo todos los que, hasta hace muy poco, han sido dispendiosos e inútiles.
La tenencia de dinero ha dado lugar a dos hechos muy significativos en la vida del país: en primer lugar, hubo una especie de “manos abiertas” para todo; es decir, se gastó más de lo debido y se abusó de lo innecesario, de invertir en lo que el país no requiere, se ha invertido en posibles industrias que jamás serían rentables por lo mal planificadas y peor administradas.
En segunda instancia, la presencia de más dinero dio paso a la corrupción, porque unos más que otros, han aprovechado la confianza del Gobierno para lograr partidas de dinero destinadas, se dijo, a obras que nunca se realizaron. Y todo ese dinero fue base para la corrupción. La confianza puesta en personas y entidades no sirvió porque no estuvo acompañada de las condiciones y controles debidos y se dejó que cada quien disponga del dinero conforme exigían las circunstancias del despilfarro.
El Gobierno, para encarar la crisis, lo que debe hacer es no repetir las conductas graciosas y gratuitas de entregar dinero a quien sea y para lo que sea. Cuando haya entregas, que sea dando cumplimiento a procedimientos y condiciones muy estrictos para que lo entregado sea debidamente utilizado y en provecho del pueblo; exigir que no hayan obras faraónicas que nadie necesita, disponer que se planifique y determinar que la Contraloría de la República actúe permanentemente en el control del gasto.
El gasto público es excesivo porque hubo desmande por la existencia de dinero, se aplicó el dicho del “dejar hacer y dejar pasar” y el abuso se entronizó seriamente en el manejo económico-financiero. Habrá que evitar contratación de personal que, además, sería innecesario porque el existente es mucho más que suficiente. Se debe controlar el gasto de las entidades y empresas públicas; evitar políticas donde las dádivas son permanentes y causan serio daño al país.
Es preciso entender que sólo las políticas austeras en los gastos permitirán no sólo ayudar a salir de la crisis sino, fundamentalmente, asegurará el desarrollo porque esa austeridad implicará menor gasto, planificación de lo que se haga, prudencia y recato en viajes ostentosos; festines y festividades innecesarios, actuaciones públicas y manifestaciones de jolgorio por los “éxitos partidarios” que nadie entiende ni para qué son. En fin, hay mucho que el Gobierno podría hacer para triunfar sobre la crisis y, además, asegurar el desarrollo que, más temprano que tarde, tiene que ser armónico y sostenido.
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