Casi un centenar de muertos, entre compatriotas civiles y militares que salieron en defensa de su Patria, ajenos a todo color o credo político, honrando únicamente su juramento de lealtad al mandato constitucional en defensa del honor y soberanía de la nación, asesinados arteramente por las huestes guevaristas, deplorablemente aún no encuentran un espacio en la memoria histórica de nuestro país.
Tal parece que se trata de un hecho tan irrelevante que no amerita formar parte del pasado inmediato e inhibe, al mismo tiempo, a nuestra juventud el aprender de estas páginas heroicas, las experiencias vividas por sus mayores en la trágica y funesta década.
Pero la presente “amnesia oficial” no impide el recuerdo y la indignación de madres (aún con vida), viudas, huérfanos y conciudadanos que hoy los recuerdan, sin odio al agresor, pero con profundo dolor, pesar y coraje por aquellas pérdidas.
Insólitamente, políticos y adláteres de la administración de turno, sin respeto y consideración no solo para quienes hicieron frente al invasor, ya inmolados, sino también para excombatientes, aún con vida que hoy comienzan a vivir la ancianidad, en una actitud que raya en la esquizofrenia -y lo que es peor-, ante la mirada complaciente de las instituciones correspondientes (contrariamente a lo que la Patria espera), rinden homenaje al “guerrillero”, evocando patéticamente sus hazañas y correrías; olvidando su status de representación nacional que los obliga a postergar su vehemente fervor e idolatría por el “santo laico”, para el inexorable momento en que abandonen o renuncien a sus funciones.
Y no es el caso que cultores de la violencia revolucionaria “mundial” hoy patéticamente se sigan preguntando -por más de 40 años- el porqué de aquel fracaso; es simplemente que el recurso de la violencia repugna a la conciencia de los bolivianos, que en sus diferentes estratos le respondieron no al dominio forzado; rechazando que se convierta en “polígono de tiro” el patio de su morada.
Por el contrario, en momentos en que el manoseo de las leyes y la CPE nos afrenta, sobre un manto peligroso de anarquía, escondiendo oscuros propósitos, se debería levantar la moral de la población, destacando las líneas más sagradas y heroicas de nuestra historia; situando a quienes fallecieron por defender la libertad, la democracia y nuestro modo de vida, en sitiales que les corresponde junto al supremo altar de la Patria.
Fueron personas admirables que dejaron atrás sus familias y su hogar para luchar por aquello que les señalaba su patriótica misión y no en defensa o amparo de ningún “imperio” o postura política. Pero con certeza, más temprano que tarde, serán reconocidos por la sangre joven de nuevas generaciones, porque definitivamente la verdadera revolución es la reverencia y acatamiento a los DDHH.
Nuestra admiración y respeto por el patriótico sacrificio realizado; sus compatriotas y amigos siempre los echarán de menos.
El autor es abogado.
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