[Armando Mariaca]

“Si no hay cambio de actitudes y corazones, se corrompe todo”


Hay sentencias o mensajes que, por su profundidad, nunca pierden actualidad; esto es lo que pasa con los mensajes del Papa Francisco durante su visita a nuestro país en julio pasado. Entre lo mucho que dijo y que caló hondo en la conciencia de todos los bolivianos, está el tema de que el hombre, cuando decide cambiar, evolucionar o, dicho en términos modernos, revolucionar actitudes, conductas, criterios, propósitos y, en casos enmendar comportamientos, debe hacerlo sujeto a normas morales.

“Si no hay cambio de actitudes y corazones, se corrompe todo”, una sentencia que fue complementada con la necesidad de que “el cambio sea positivo, cambio que nos haga bien y sea redentor”. Muchas veces, en los ámbitos políticos, económicos y sociales, se emiten propósitos que no se cumplen, que están muy lejos de lo que las propias conciencias se comprometen a realizar.

Mientras conviene a intereses creados, que muchas veces son subalternos, o propósitos para conseguir algún beneficio a favor personal o de grupos, se dice todo y se alardea demagógicamente esgrimiendo uno u otro argumento porque lo que cuenta es ser creíble ante los demás, conquistar apoyos y respaldos con miras a lograr objetivos que no siempre tienen que ver con el bien común.

Para conseguir todo ello, no se trepida en prometerlo todo, en mostrar maravillas de programas, proyectos y otros con miras a realizaciones que no se concretan y todo es debido a que no hay sinceridad en los propósitos de cambio porque no hay sentimiento en los corazones que obliguen a su cumplimiento. Todo esto, en la forma y en el fondo, resulta ser corrupción porque el engaño, la mentira y las falsas promesas han sido instrumentos ajenos a la realidad de lo formulado.

Los cambios, para ser tales, tienen que ser positivos para que hagan el bien y sean redentores o salvadores de situaciones injustas, de arbitrariedades o malas conductas que hacen daño, lastiman la dignidad de las personas y vulneran principios y valores. El Papa Francisco, para enriquecer lo expresado sobre los cambios, dijo que éstos tienen que “ser enriquecedores con el trabajo de los gobiernos y la sociedad”; es decir que las acciones para los mejores logros tienen que ser compartidos por gobernantes y gobernados.

Cuántas veces, en nuestra política y modos de administrar el país, en varios gobiernos se han manifestado propósitos de cambio, de enmienda de lo mal hecho; pero, en la realidad, poco o nada se cambió porque, hay que reconocer, no hubo la intención sincera y realizadora de corazón, algo que dicte la propia conciencia de quienes formularon las promesas; esta ha sido realidad que ha imperado sea por descuidos o por conveniencias partidarias o, simplemente, porque lo expresado sobre los cambios, ha sido circunstancial, fruto de la demagogia y el populismo.

Lo grave es que cuando se tiene conciencia de lo que se debe cambiar y no se lo hace, es porque hubo distracciones en los propósitos y se derivó a terrenos que nada tenían que ver con lo originalmente planteado o formulado como promesa de realización; en otras palabras, el incumplir implica corrupción de los propósitos o ninguna intención de cambiar lo indebido, lo mal hecho, lo gastado en bienes a sabiendas de que todo pertenecía al país y no era de libre disponibilidad.

¿Cuánto se ha prometido? ¿Cuántos buenos propósitos han sido desviados o, en casos, utilizados sólo para conseguir beneficios partidarios o personales? ¿Cuánto se reprochó a los contrarios conductas no acordes con el bien del país, pero se lo practicó todo en forma corregida y aumentada causando más daño que el mal original? ¿Cuántas veces las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” han causado daño al propio régimen y a la colectividad? Los descuidos, los nomeimportismos, la falta de vocación para conseguir el bien común han causado males al país y a quienes no quisieron cambios en sus corazones y en sus comportamientos.

Es muchísimo lo que en política partidista habría que recordar y reprochar a quienes han usado “al partido” simplemente como medio para actos de corrupción, para engañar a quienes han creído en ideas, doctrinas y promesas.

Para que los cambios sean efectivos y de beneficio para la sociedad, lo importante es educar, acrecentar virtudes para que se hagan valores y principios. La primera escuela debe ser la familia; luego, son los maestros que conciencialmente tienen que tener vocación para formar, guiar, encaminar la formación de sus alumnos dándoles nociones claras sobre el bien y el mal, sobre la urgencia de tener conciencia de país y adquirir vocación de servicio a objeto de que en el curso de sus estudios asuman que es preciso siempre el cambio cuando se yerra, cuando se ha cometido faltas o cuando se atentó contra los derechos de los demás.

Es importante que los programas de estudios en escuelas y colegios sean no sólo cimientos de cultura y humanismo sino, sobre todo, de valores que permitan un accionar digno de todos.

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