El pasado 13 de octubre se conmemoró el Día del profesional Abogado, en homenaje al jurisconsulto y magistrado Pantaleón Dalence, quien a fines del pasado siglo sentenció: “La única servidumbre que no mancha, es la servidumbre a la ley”, considerado el hombre símbolo de la justicia boliviana.
Esta noble profesión del abogado tiene sus orígenes en la antigüedad clásica, en la que el “advocatus” defendía en procesos a quienes demandaban justicia, es decir que el abogado es, por esencia, un defensor de la justicia, y este es un valor superior y un ideal, que se busca, se pretende y demanda, desde que el ser humano fue capaz de razonar sobre los valores.
Sucede, sin embargo, que los profesionales del derecho, entendiéndose éste como lo que es correcto, derecho, ajustado a las normas y la ética, han perdido la perspectiva de la finalidad del derecho, que no es otra que buscar la justicia, trastrocando esa noble finalidad, por la de hacer dinero, de tal manera que a los ojos de la sociedad, la justicia como institución en el Estado tiene una de las más bajas valoraciones; así, en una encuesta realizada en las ciudades de La Paz y El Alto, siete de cada diez encuestados, desconfía de la justicia y la Policía.
En la calle Cochabamba de la urbe paceña, en un edificio colindante al edificio de la Lotería, en una de las hojas de vidrio de la puerta estuvo pegado un letrero que decía: “alquilo oficina en el piso tercero, con baño privado, etc.”, y en la parte de abajo en letras resaltadas: “abogados abstenerse”. Una joven discípula mía en la universidad, una vez formada en la carrera de Derecho, me solicitó que le garantizara un contrato de alquiler en una vivienda de una de las villas miraflorinas. Una vez en el pequeño departamento y con la propietaria, ésta preguntó qué actividad tenía la pretendida inquilina, ella con orgullo dijo: “soy abogada y mi garante también”, a lo que respondió la propietaria: “no alquilo a abogados, porque no pagan y todavía siguen juicios”.
Lo que sucede en el desempeño de la abogacía, es que buena parte de ellos, han dejado de lado la “ética” profesional, olvidando que el fin del derecho es buscar la justicia y los operadores de ésta, jueces, fiscales y abogados demandantes deben ser los guardianes del cumplimiento estricto de la ley, la Constitución y las normas de Derechos Humanos.
Hasta mediados del pasado siglo, los abogados gozaban de alto crédito social, eran hombres cultos, poetas, literatos, historiadores, etc., y ejercían las más altas funciones públicas en el aparato del Estado; buena parte de los presidentes, vicepresidentes, senadores, diputados, ministros, concejales, municipales, etc., eran abogados. En estos tiempos son escasos los abogados que encabezan un partido político, y en la denominada Asamblea Legislativa y concejos municipales son poquísimos, pese a que en estos órganos se elabora leyes, normas y reglamentos jurídicos, y han sido reemplazados por gente de sectores sociales, como cocaleros, transportistas, gremiales, etc., que cumplen funciones o roles en la sociedad, alejadas de la administración del Estado.
En general en nuestro país, se practica un desprecio a los profesionales en general, siguiendo seguramente el pensamiento del Vicepresidente del Estado Plurinacional, en sentido de que es más importante ser dirigente sindical que profesional y, más al contrario, a éstos habría que “infravalorarlos”.
La situación de desempeño de los profesionales del derecho, seguramente puede ser referida a otras profesiones, lo que nos muestra un lamentable cuadro para el país, en tiempos de la “era del conocimiento” y la competitividad, donde los recursos humanos altamente preparados en las ciencias y técnicas, son el factor primordial para construir un futuro provisor de las generaciones.
Según informe del Ministerio de Justicia, se habrían registrado 55 mil abogados en ese Ministerio y habrían más de 60 mil abogados para una población económicamente activa de 4 millones y medio de habitantes, es decir una sobre oferta de servicios profesionales, que seguramente influye en su desempeño.
Nuestro homenaje a los abogados probos, honestos y patriotas, que los hay, y a los otros que se abstengan de apartarse de la ley y la ética.
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