Como parte de actitudes dirigidas al culto de la personalidad, en tiempos recientes se ha lanzado una campaña tratando de hacer ver que la importancia de un gobernante es haber estado en el poder más tiempo que ningún otro, mérito que serviría para convertirlo en “el mejor” de los presidentes de la historia y argumento para eternizarlo en sus funciones.
Efectivamente, Evo Morales pudo superar al presidente Andrés de Santa Cruz por el tiempo continuo que gozó del poder, pero ese no es suficiente mérito para caer en una inclinación ciega ante la autoridad, desatar una ponderación excesiva de sus méritos reales, convertir su nombre en una personalidad histórica e inclusive llevarlo al nivel de fetiche, bases teóricas en que radica la concepción idealista de la historia que considera que la historia no está determinada por diversas leyes objetivas y la acción de las masas populares, sino por los buenos deseos de caudillos, héroes, etc.
El caso del presidente Santa Cruz es memorable no porque estuvo diez años en la presidencia sino por haber organizado el Estado y las finanzas del país, haberlo sacado de más de cien años de crisis económica permanente, haber convertido, en síntesis, a Bolivia en potencia económica, política y militar capaz de lanzarse a realizar el proyecto de la Confederación.
Esas fueron las causas objetivas de la grandeza de Santa Cruz, las mismas que pudo haber concluido en mucho menor tiempo. Es más, la obra de Santa Cruz no solo fue sostenida en el tiempo, sino fue producto del desarrollo de las fuerzas productivas internas de la población boliviana, de una política nacional y democrática y no solamente de casuales factores externos, temporales y efímeros como los altos precios de las materias primas, que solo crearon una bonanza eventual.
La política económica del gobierno de Santa Cruz (pese a que fue derrocado del gobierno) persistió durante los siguientes gobiernos militares (Ballivián, Belzu, Córdova, Achá) que mantuvieron el ritmo de progreso del país, tendencia histórica que fue quebrada por políticas de gobiernos civiles a partir de Linares (excepto Melgarejo), Frías, Ballivián, Campero, Baptista, Pacheco, Arce, etc., que cambiaron sustancialmente la política económica hasta entonces existente y pusieron al país en la pendiente inclinada de la decadencia colonial y feudal, tendencia que continuó, salvo efímeros momentos, desde entonces hasta el presente.
No fue solamente la personalidad de Santa Cruz la que hizo un buen gobierno, sino fue una política económica acertada, dictada por su ministro de Hacienda, José María de Lara, pues, de otra forma, hubiese sido imposible que haga de Bolivia una potencia capaz de recibir admiración mundial. Esa política económica establecida y mantenida por esos gobiernos militares, fue cambiada por otra contraria en absoluto por gobiernos civiles y esa modificación puso a Bolivia en una profunda e incontenible decadencia no solo hasta fines del Siglo XIX, sino a lo largo de todo el Siglo XX, pese a algunos intentos, como la Revolución Nacional, que terminaron en un enorme cero y de donde el país no puede salir, precisamente por la persistencia de las políticas anti crucistas enraizadas en la mente de las elites gobernantes.
No es extraño, pues, que Alcides Arguedas hubiese denigrado a los patrióticos gobiernos militares bolivianos del Siglo XIX con el título de “Caudillos bárbaros” y ensalzado a los decadentes gobiernos civiles como de “Caudillos letrados”, opinión basada en percepciones sensoriales, que solo conoce la apariencia de las cosas y contrasta con el conocimiento de los hechos de fondo que determinaron resultados diferentes para la vida de Bolivia, escuela historicista tradicional contemporánea aún dominante (1).
(1) Ver del autor “De Túpac Katari a Evo Morales”. Editorial Plural.
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