Muchos intelectuales entienden que la democracia fundamentalmente es un conjunto de reglas para la alternancia pacífica y ordenada en el poder, más allá de las orientaciones socioeconómicas de un gobierno, tanto más que se asume que ellas provienen de la voluntad expresada por el electorado y pueden variar de acuerdo con las preferencias de los votantes. Actualizando el estudio de Salvador Romero Ballivián, se cumplió este octubre de 2015, 33 años de democracia. La fase democrática más extensa de nuestra historia, nos recuerda que este proceso nos deja una lección: la democracia no es algo dado, que se deba asumir como natural. Al contrario, se construye, se desarrolla, también se estanca y puede retroceder según la pertinencia y la aplicación de las normas, el comportamiento de los actores y las instituciones, la acción de los ciudadanos.
En este marco, desde 1945 Bolivia ha experimentado con democracia y con dictaduras, con capitalismo de estado y con neoliberalismo. Sin embargo, ninguno de los modelos aplicados ha logrado mellar significativamente ni la pobreza ni la desigualdad. La única característica que se ha mantenido constante a lo largo de todos estos cambios, ha sido la dependencia, real y conceptual, de los recursos naturales como la fuente de la riqueza, y de la exportación de las materias primas como base del crecimiento. Sin visión industrial. En síntesis, la realidad muestra que el pobre desempeño de la economía boliviana no puede explicarse simplemente con las etiquetas de neoliberalismo, globalización, democracia, dictadura, capitalismo o socialismo, con lo que podrían identificarse periodos específicos de la vida socio – política boliviana.
Y ahora nos movemos bajo un régimen híbrido que incluso está en análisis de grandes editoriales internacionales que indican las irregularidades sustanciales que a menudo impiden que sean libres y justas las presiones gubernamentales sobre la oposición es común.
La corrupción está extendida y el imperio de la ley es débil, como la sociedad civil. Abunda el acoso y la presión sobre los periodistas y el sistema judicial no es independiente; el último caso es el intento de secuestro de la periodista Ivana Toro, de EL DIARIO.
La recesión democrática no puede comprenderse desconectada del efecto de precios favorables de la última década, el boom de las materias primas les aseguró términos de intercambio históricos y recursos fiscales sin precedentes.
Los usaron para aumentar la discrecionalidad del ejecutivo, financian máquinas clientelares de profunda acción en la estructura social y extendidas en el territorio y, de este modo, buscar la perpetuación en el poder. Este deterioro democrático lo hicieron los de la izquierda, los de la derecha y los llamados populistas. Lo hicieron todos y con el objetivo de quedarse en el poder más tiempo del estipulado al llegar al poder. De un periodo a dos, de dos a tres a la reelección indefinida. La regresión autoritaria se ha hecho así cotidiana. Un presidencialismo sin alternativa no puede sino adquirir rasgos despóticos. Donde la Constitución se convierte en un traje a la medida del Presidente.
No sorprenden, entonces, las subsiguientes restricciones a la libertad de prensa y la intimidación a jueces y fiscales independientes, esto es un acto de la manipulación. En él, la corrupción es, justamente, el componente central de la dominación. Es mucho más que el acto ilegal de quedarse con dineros públicos. Es por eso que la SIP alertó sobre la mayor presión para asfixiar a los medios independientes y críticos. Claudio Paolillo, Presidente de la Comisión para la libertad de prensa e información de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), dijo “que en Bolivia, el Gobierno del presidente Evo Morales utiliza la publicidad para “presionar a medios independientes”. Así mismo, criticó al Gobierno de Argentina, a Nicaragua, más aún a Cuba que no excarcela a periodistas cubanos críticos al Gobierno dictatorial de La Habana.
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