La sentida ausencia de Jorge Siles Salinas

Hace un año, como mañana 26 de octubre, Jorge Siles Salinas se ausentó de este mundo, pero es seguro que en el más allá sigue meditando y creando ideas y pensamientos, tanto o más brillantes de las que nos legó, aunque éstas serán imperecederas para quienes residen más allá del simple vivir.

Cómo no recordar, empero, que en su memorable ensayo de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, en 1990, dijo, repitiendo palabras del filósofo Francisco de Quevedo: “Hoy cuento yo 52 años, y en ellos cuento otros tantos entierros míos. Mi infancia murió irrevocablemente; murió mi niñez, murió mi juventud, murió mi mocedad; ya también murió mi edad varonil. Pues, ¿cómo llamo vida a una vejez que es sepulcro, donde yo propio soy entierro de cinco difuntos que he vivido?”

Como eximio académico que fue en aulas universitarias de Santiago, Valparaíso y La Paz, dando clases de Historia de la Cultura y Filosofía de la Historia, en su presentación en la Academia de la Lengua dio 18 respuesta a esta crispante interrogación: “¿Qué sentido orientador y válido para la vida puede tener esta visión de nuestra condición espiritual, que nos hace descubrir a nosotros mismos en la perspectiva ineludible de la historia?”.

Por razones de espacio, nos limitaremos a exponer algunas de ellas, puesto que concierne a todo ser humano que, por lo menos una vez en su existencia, se inquirió sobre su razón de ser.

-No existe la historia sin el hombre, ni tampoco el hombre sin historia. Para que haya historia tiene que haber participación humana; un hecho de la naturaleza que no afecta al hombre no adquiere valor histórico. No puede concebirse ninguna forma de vida humana en que no haya desarrollo histórico. Aun la vida más primitiva es histórica.

-El proceso de la historia es irreversible. Nada en ella se repite en la misma forma de lo ya sucedido.

-La historia no se detiene, está en constante movimiento. Por tanto, es vano pensar que la humanidad pueda llegar a un estadio final, de perfección social, en que todo quede definitivamente establecido. El ritmo de las transformaciones históricas puede ser más lento o más rápido, pero jamás llega a un grado estático, de inmovilidad total.

-Nada empieza en la vida del hombre desde cero. Es esencial en su existencia la continuidad. El hombre es un heredero. Aunque rechace la herencia o polemice con ella, debe contar con ella. No existe, por tanto, el hombre adánico, esto es, el hombre carente de historia. Desde que nace el hombre está instalado en un ámbito de cultura y sociabilidad.

-La originalidad es un mérito en el genio, en el creador, en el innovador. Pero la originalidad absoluta, sacada de la nada, es imposible.

-Lo pasado, no por haber pasado ha muerto. Es un error identificar ambos términos: tiempo pasado-muerte. El pasado tiene una forma de sobre-vivir, de prolongarse, como el futuro tiene una forma de pre-existencia y de anticipación. El error mencionado nace del desconocimiento de la continuidad de la vida histórica.

-Todo ser humano vive en un determinado nivel de vida histórica. Esto significa que cada individuo “pertenece” a un determinado tiempo histórico. Por eso, para comprender al hombre hay que situarlo en su época, en su realidad cultural. El “Hombre del Renacimiento” es distinto al “Hombre de la Ilustración”. De ahí la importancia decisiva del conocimiento de la historia. La “desubicación en el tiempo” es tan grave como la “desubicación en el espacio”.

-Una forma negativa de entender las relaciones del hombre con su destino temporal será la de exaltar el pasado en cuanto pasado, adoptando ante lo nuevo un sentimiento de prevención y rechazo.

Siles Salinas, aparte de ser filósofo y lingüista, también fue historiador y literato de insigne valía. Ello demuestra en una colección de cinco libros que escribió con el título de “Política y Espíritu”.