En el transcurso de los últimos 20 años, se ha expresado muchos conceptos sobre la necesidad de que la integración sea medio para encarar los grandes objetivos que tendría el continente latinoamericano; pero la verdad es que esa intención sólo quedó en ello porque la unidad es, posiblemente, la menor virtud practicada a través de los diversos convenios que empezaron con la Alalc y concluyeron con un Mercosur que, prácticamente, ha fracasado.
En los últimos ocho años, nuestras relaciones con los países vecinos -Brasil, Argentina, Perú, Chile y Paraguay- no han sido todo lo fluidas y cordiales y constructivas que se deseaba. Si bien el caso con Chile tiene diferentes razones y circunstancias, la situación no ha sido fácil con ninguno de los vecinos debido a la acción del narcotráfico que pretende tomar al continente como su feudo.
El narcotráfico -al margen de la producción de droga por parte de Colombia, Perú y Bolivia- es la potencia económica más grande del mundo; sus poderes políticos, económicos, sociales y de infraestructura son tales que no tiene parangón con ninguna otra actividad. Utilizar a los países como productores, comercializadores, puentes y consumidores es su táctica y objetivo mayores. Todo ello determina que nuestro país ha resultado una especie de “peligro” para sus vecinos por la acción del narcotráfico, puesto que éste utiliza nuestro territorio no sólo para fabricar droga sino como centro de acopio y, en casos, destino de drogas que se transporta desde el Perú. Los narcotraficantes utilizando avionetas y otros medios sacan droga del país y también la introducen con la finalidad de que nuestro país sirva de “puente” para llegar a Brasil, Argentina, Chile y Paraguay.
Nuestras relaciones con el Brasil no son fluidas, inclusive por la falta de embajador de ese país, que ha puesto al nuestro en una especie de “cuarentena” por causa de las drogas; es un país que exige mayores controles para evitar que la droga invada su territorio que, a la vez, seguramente está ocupado por fuerzas o guardias militares para controlar el tráfico ilegal.
Argentina sufre la invasión de droga desde Bolivia y, por más que resguarde sus fronteras, el ingreso de droga y su consumo aumenta. Candidatos a la presidencia de ese país han sostenido la urgencia de disponer medidas enérgicas en las fronteras para evitar el ingreso de drogas. Chile igualmente sufre los embates de lo que ha resultado un peligro no sólo para su población sino para sus relaciones no sólo con Argentina y Perú sino a lo que significa que resulte ser “puente” para acceder a otros países, sea de Europa, África y Asia.
Paraguay también está dispuesto a tomar medidas. Por su parte, el Perú vive preocupado por el tráfico, de ida y vuelta, de drogas, hecho que agrava seriamente su situación política y social pese a medidas drásticas que, en algunos casos, adopta para frenar el letal negocio. Habría que ver cómo se puede restablecer los vínculos de estrecha amistad con nuestros vecinos que desean combatir a las drogas.
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