Populismo, ni efectivo ni sostenible

Las experiencias de América Latina con respecto a gobiernos populistas están demostrando que no alcanzan a ser efectivos y, consiguientemente, su sostenibilidad es efímera. Están a la vista algunos casos en la región. Venezuela ha llegado a tales extremos de deterioro económico y social que sólo el poder de las armas sostiene a un gobierno espurio.

En Nicaragua la situación tampoco es óptima, lo único que mantiene en el poder a Daniel Ortega es a través del prorroguismo y, para ello, apela a la represión y crear falsas ilusiones con obras descomunales, como pretender hacer un símil del canal de Panamá.

En Ecuador, pese a que rige el dólar como moneda nacional, lo que supondría que la inflación no puede acercar sus narices, la situación económica confronta situaciones complicadas. Y lo peor que hace para que su población permanezca en la ignorancia de lo que sucede con su patria, el recurso es reprimir a la prensa a extremos nunca conocidos en ese país amante de la libertad.

En Argentina, la inflación, la carencia de reservas monetarias, el crecimiento de la pobreza, la corrupción y el enriquecimiento de la familia Kirchner, son los más elocuentes fracasos del populismo. El domingo, los argentinos decidieron optar por un cambio, mediante las urnas.

En Bolivia, el populismo tampoco tuvo buena fortuna. Polarizó la política. Hay casos de violencia extrema que el exfiscal Marcelo Soza los ha desnudado, desde su forzado exilio en Brasil. La economía ha tenido un factor decisivo para crecer con el gas natural, la minería y la agricultura cruceña, principalmente por los altos precios de las materias primas en los mercados internacionales.

Esta situación, lamentablemente, se revirtió desde el año pasado, con la caída de los mismos. La perspectiva es que continúe, y nadie se anima a determinar cuándo terminará. Adicionalmente, el gobierno populista no aportó con nada a las exportaciones, pero sí derrochó a manos llenas las disponibilidades del ingreso externo.

En las últimas 48 horas, se abrió una gran interrogante. ¿Apelar a la inversión externa será factible, por una parte, y esto no implica un cambio de modelo? Esperemos el desenlace del gesto que se dio en Nueva York. Por supuesto, lo deseable sería que resulte exitoso, con lo que podrían cambiar muchas reglas del juego, empezando por la pacificación, la seguridad jurídica y la plena vigencia del Estado de Derecho.

Pablo Kummetz, economista y pensador alemán, escribió un artículo difundido por la Deutsche Welle, sobre el fracaso del populismo en América Latina, exponiendo como uno de los ejemplos más elocuentes el hecho de que casi un tercio de los latinoamericanos son pobres y uno de cada cinco vive incluso en pobreza extrema, para lo que apela a datos de la Cepal.

De acuerdo con esta fuente, la reducción de la pobreza se estancó en los últimos tres años por la desaceleración económica, a causa de la caída de las exportaciones. Aparte, el centro de estudios económicos Oxfam estima que unos 200 millones de latinoamericanos que habían salido de la pobreza están hoy en riesgo de volver a ella.

El Dr. Ralph Rotte, profesor de Politología y Economía de la Universidad RWTH, de Aquisgran, destacó, a su vez, que a pesar de altas tasas de crecimiento en la época de auge, la financiación de los presupuestos con déficit llevó a una inflación desmesurada en países con gobiernos populistas. Eso, unido a un creciente dirigismo estatal, una gran burocracia y a menudo irrespeto al Estado de Derecho, tuvo nefastas consecuencias. “Ese conjunto de factores –dijo– provocó fuga de capitales, ahuyentó a potenciales inversionistas y sembró desconfianza en los mercados financieros respecto a esas economías”.

El profesor Rotte puntualizó que “si los modelos populistas-asistencialistas no funcionan, ¿cuál es la alternativa? Alternativa existe: una política económica y social que apueste por inversiones, la iniciativa privada, la competitividad y una paulatina apertura hacia el exterior. Prioritarias son más inversiones del Estado en infraestructura y educación, la creación de incentivos y una mayor integración económica, tanto a nivel regional como global”.

Agregó que en “investigaciones económicas empíricas se ha demostrado que una política económica de ese tipo puede ir asociada, además, con redistribución, mayores impuestos a los ricos y transferencias a los pobres, lo que lleva a un mayor consumo, más demanda, más crecimiento y más empleo”.