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Camisa blanca y pantalón oscuro, los veteranos del ejército que la mañana del 8 de octubre asistieron a una misa en la catedral de Santa Cruz observaron gran devoción. El acto era un rito de victoria, pero sin la algarabía ni festejos de otros años. Tras saludarse e intercambiar algunas palabras en el atrio, cada uno retornó a su domicilio de un modo tan discreto como llegó. El gran ausente de esa ceremonia fue quien 48 años atrás había comandado a gran parte de ellos para lograr la mayor victoria del ejército boliviano en el siglo 20 y la segunda de su vida independiente. Gary Prado Salmón, ex embajador en México e Inglaterra, ahora general retirado y declarado Héroe Nacional por el Congreso, asistía esa mañana al Juicio del Siglo, donde se lo acusa de conspirar para desmembrar Bolivia.
No se supo de otras ceremonias. Las conmemoraciones de esa victoria han sido avasalladas por la onda que sostiene que la guerrilla de 1967 no fue una victoria del ejército boliviano sino de la CIA y la Misión Militar de Estados Unidos y que los héroes a los que se debe rendir honores son los que perdieron.
¨Yo no vi ni un solo agente extranjero en la selva ni por las quebradas¨, recordó con ironía Prado Salmón. “Quienes invadieron el país fueron engullidos por la naturaleza de los parajes selváticos y montañosos que escogieron, que fue un factor importante en su derrota. Para nosotros, el problema no era tanto combatir como encontrarlos”.
Nadie precisó si entre los asistentes a la misa estuvo el personaje más silencioso de las decenas que ese día conmemoraban la jornada final: el hombre que ejecutó a Ernesto Che Guevara. Era probable que no hubiera estado, en virtud de la decisión que Mario Terán tomó tras cumplir esa misión y que lo ha mantenido hasta hoy en la oscuridad. Todas las versiones conocidas coinciden en que vive en Santa Cruz, pero que se sepa de manera irrefutable, nadie ha conseguido un contacto periodístico personal con él, salvo una fotografía casual que le tomó una periodista francesa hace muchos años.
Las noticias esporádicas que aparecen en los medios pueden ser solo referencias pero ninguna basada en un encuentro directo, dicen algunos que lo conocen. “Le aconsejé evitar a la prensa y apartarse de la publicidad si quería tranquilidad para sus días. Me hizo caso”, dijo Prado Salmón al evocar la vez que hace casi cinco décadas ambos hablaron con cierto detalle sobre lo que había pasado en La Higuera y la misión para la que se ofreció como voluntario.
La conmemoración fue instituida a partir del 8 de octubre de 1968 por el general René Barrientos Ortuño, y una plaza de Santa Cruz fue designada para recordar la fecha y evocar la campaña militar y a los soldados que actuaron. Pero hace algunos años, bajo el gobierno actual, se le cambió el nombre alusivo a los combatientes de la campaña de Ñancahuazú por otro genérico, y con fecha diferente en septiembre, de modo que los ex luchadores optaron por la misa en la Catedral.
¨Ahí nos sentimos más unidos y mejor representados¨, dijo el general (r) Mario Oxa, cuya compañía fue parte de las operaciones finales que liquidaron la tentativa de proyectar a Bolivia como foco guerrillero continental.
También estuvieron presentes parientes y amigos de los deudos de los 51 luchadores bolivianos que cayeron durante la campaña. (“Ellos perdieron un poco menos, pero la proporción nos favorece, pues debía ser 10 bajas para nosotros para cada una de ellos”, subrayó Prado Salmón). Casi todos los presentes en la misa eran de Santa Cruz y de localidades próximas.
Los excombatientes con los que fue posible hablar de manera abierta exhibieron orgullo por la victoria. “No ha habido ninguna otra en nuestra historia”, dijo Oxa, y citó otras marcas históricas, incluso la de Ingavi, para atribuirles brillo menor que la registrada en Ñancahuazú.
Prado Salmón cree que no se ha abordado con la amplitud necesaria el sentimiento de victoria que prevalecía en la tropa y sus oficiales tras vencer a la fuerza guerrillera de 1967. “El sentimiento de victoria y de euforia que nos entró a todos la noche del 8 de octubre era total”. Había hecho venir a todos los hombres de su compañía (160) y a los que estaban próximos de otras. “Esa noche, los oficiales y los soldados venían y nos abrazábamos todos con la alegría de haber llevado un triunfo al ejército nacional, de haber derrotado a esa guerrilla. Era el fin, estaba clarísimo, con el Che ahí (prisionero), no había más, se acababa la historia”.
El general retirado dijo que el júbilo con el triunfo era mayor porque tenía dos características: era político y militar. “Un ejército muy pequeño, con poco entrenamiento, con muchos soldados que antes de combatir sembraban caña, había conseguido revertir una situación muy peligrosa. Y en solo ocho meses acabamos el problema”.
El entrenamiento a la unidad de Prado Salmón comenzó en mayo de 1967, bajo un programa suscrito nueve años antes con Estados Unidos, que equipaba a los participantes con armas de la Segunda Guerra Mundial (“modernísimo, pues nuestros equipos correspondían a la guerra del Chaco”). Con el ingreso de tropas entrenadas al área de combate, el eclipse de la guerrilla fue irreversible. Herido y con su grupo en retirada, el comandante guerrillero capituló ante el capitán Prado Salmón que comandaba la compañía que decretó el final de la insurgencia.
A los críticos de la victoria sobre esa guerrilla, Prado Salmón, en silla de ruedas desde hace 34 años, respondió reiterando que la conciencia de victoria “está viva” entre todos los que lucharon contra la insurgencia de 1967. “Eso no se va a disipar”.
Los combatientes fueron declarados Beneméritos de la Patria, sin pensión, poco antes que el presidente Morales llegara al gobierno. La orientación del mandatario ha sido clara en gestos y palabras. Ha homenajeado a Che Guevara y afirmado que los que combatieron al movimiento guerrillero que dirigió estaban equivocados.
“Eso -dijo- lastima el honor, el orgullo” (de los soldados) por las jornadas de 1967.
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