Pasaron los tiempos de auge, tiempos de los gastos excesivos porque “había plata”; pasó el tiempo de los abusos que se cometieron a costa de que el gobierno confió en sus seguidores y, mucho más, en quienes tenían la misión de cuidar la confianza y los dineros depositados en ellos con miras a construir obras o, por lo menos, mejorar las existentes. En fin, el pasado de ocho o diez años de auge financiero muestra la urgencia de políticas austeras, de un accionar con mucha honestidad y responsabilidad. El gobierno, debe tener conciencia de lo pasado y, sobre todo, de lo que podría ocurrir si los problemas adquieren dimensiones no queridas y menos esperadas.
Creer que tan sólo las reservas internacionales, logradas debido a los altos precios del petróleo, del gas, de los minerales y materias primas que exportamos serían garantía de tranquilidad, no es lo correcto porque no incrementamos la producción y aprovechado tiempos de gran bonanza de precios para producir más, exportar más y lograr más réditos; creer en repetir lo conseguido y que se replique tan sólo por la buena voluntad que tengamos para ello en espera de hechos que no sucederán, es utópico. Lo que queda de ese pasado son experiencias para no repetir los errores, para corregir lo mal hecho, para actuar con mucha decencia y honestidad con las disponibilidades del país; queda, pues, mucho por hacer y no dormirse, otra vez, en los laureles de éxitos no logrados por el gobierno sino por la subida de precios internacionales.
Se dice que estamos “preparados” para enfrentar las dificultades; se afirma a nivel de gobierno, que el crecimiento será alto, que nuestra economía es sólida, que lo hecho hasta ahora consolida la situación de “bonanza que goza el pueblo”; en fin, se dice tanto que es difícil saber cuánto se puede creer sobre bonanzas que no siempre existen y que, por el contrario, llevan un lastre que será difícil de superar porque dificultades no habidas en ocho o diez años se presentarán recién y desde el próximo año habrá que enfrentar con realismo, paciencia, disciplina, constancia, eficiencia y eficacia no solamente del gobierno sino de toda la comunidad nacional.
Pero, frente a las lindezas que se pregona, surge nítidamente una realidad: habrían dificultades económico-financieras a partir del próximo año por la casi segura devaluación de nuestra moneda, por la también casi segura supresión de las subvenciones, ambos hechos determinarían inflación; luego, la disminución de los ingresos por los bajos precios y, además, porque no habría mucho aumento de las exportaciones; habría carencia de artículos de uso y consumo; los sueldos y salarios, por incrementos que sufran, tendrán menor poder adquisitivo; la producción de alimentos no tendrá incrementos mayores y seguirán las importaciones desde países vecinos; las ofertas de empleo disminuirán porque no se producirán las inversiones que se requiere por la contracción de ellas en todo el mundo. Todo este conjunto de dificultades implicará la presencia de conflictos sociales protagonizados por quienes querrán aumento de sueldos y salarios, exigirán pago de bonos extraordinarios atenidos a costumbres creadas desde hace varios años; menudearán las manifestaciones y protestas, las huelgas surgirán porque las exigencias serán más radicales; por otro lado, el contrabando seguirá creciendo y la corrupción aumentará porque quienes están acostumbrados a “ganar mucho” no podrán restringir sus ingresos. El narcotráfico aumentará y la consecuencia inmediata será la presencia de más consumidores y la presión de países vecinos que exigirán medidas radicales contra el tráfico de drogas.
Todo este panorama puede agravarse con más contratación de deuda externa (caso China que estaría asegurado un préstamo de 7 mil millones de dólares) que, junto a la deuda interna podría llegar, o sobrepasar, el 60% del PIB. Estas deudas quiérase o no, nos hacen más dependientes, más hipotecados, más imposibilitados de vencer a la pobreza. ¿Cuánto podrá soportar el pueblo ante la avalancha de problemas que podrían presentarse? La situación podrá ser llevadera si es que el gobierno adopta medidas preventivas ante las exigencias sociales; pero, ¿tendrá la capacidad de negociación y diálogo para contener todo ello? ¿Podrá frenar las exigencias de sus propios partidarios? ¿Estará en disposición de actuar con mucha austeridad en los gastos reduciéndolos drásticamente, evitando las obras faraónicas, los planes innecesarios sobre obras que no tienen razón de ser como es el caso de una “planta nuclear”?
Si el gobierno considera a una parte de la población como “imperialista, capitalista, neoliberal, antipatriota” no podrá ver realidades y menos cambiar sus políticas del “dejar hacer y dejar pasar”, posiblemente no pueda superar buen porcentaje de los problemas. Lo más grave, si continúa con la creencia de que el país es de su propiedad “ad-aeternum” y no hay planificación ni orden ni organización ni se tiene sentido de país y vocación de servicio, las dificultades podrían adquirir dimensiones muy peligrosas. Será preciso, pues, que el régimen piense que todos somos hijos del mismo país y que los éxitos que logre como buen administrador que debe ser serán del mismo pueblo que, con seguridad, sabrá responder a los desafíos por duros que sean.
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