Algo más que palabras
II
Si en verdad nos considerásemos una auténtica comunidad pensante fraternizada, tendríamos otras reacciones frente a esa pasividad globalizada. Por ello, creo que se vuelve indispensable pensar más en los demás que en nosotros, algo para lo que no hemos sido aún instruidos, por lo que debemos de activar otros sistemas normativos más protectores de la ética, en cuanto al medio ambiente, y que no lo arrase todo la maldita economía, que al final acaba por triturarnos como linaje. Esta es la gravedad del asunto.
No podemos seguir albergando ciudades que son muros de soledad, en plena ebullición irrespirable, o pueblos que son paraísos despojados, en continuo afán destructor. El sometimiento de la corrupta y servil política ante las poderosas finanzas es tan real en los tiempos presentes, que muestra el fracaso de todas las convenciones y cumbres mundiales sobre el medio ambiente, o sobre algo tan primario como la necesidad de contar con espacios públicos, bien diseñados, capaces de mejorar la cohesión entre ciudadanos. Es hora, luego, de crear lugares bien planificados, tanto rurales como urbanos, y lograr que sean motores de prosperidad, innovación e inclusividad.
Nos cueste más, nos cueste menos, debemos reencontrarnos unidos al planeta, con una mirada más poética que monetaria, con un pensamiento más níveo y menos corrupto, con una política menos partidista y más mundializada, con un programa educativo más de donación que productivo, con un estilo de vida más respetuoso y con una moral, sin límites, sobre todo lo demás. No olvidemos que una civilización avanza en la medida que se respeta más, y respeta a su medio ambiente.
Tenemos que recuperar nuestra exclusiva humanidad, más allá de los avances de la ciencia y la técnica que tampoco nos van a hacer felices por sí mismos, puesto que la placidez llega de la profundidad de la vida. No nos resignemos a lo que la vida nos haya dado, y mucho menos renunciemos a interrogarnos sobre el diario de nuestra existencia humana. No somos un número más en este mundo, somos un corazón vivo imprescindible y singular al que hay que valorar en sus distintivas capacidades de voluntad, conocimiento, autonomía y sensatez. A todos nos incumbe, en consecuencia, la responsabilidad de cuidar de la naturaleza antes que esta se rebele contra el ser humano.
Las predicciones catastróficas son una realidad, aunque nos inventemos una mirada insensible. La alteración del medio ambiente a causa de nuestra específica altanería es un hecho, que impide esa alianza innata entre el hábitat y nosotros. De ahí, la importancia de sentir el deseo de cambiar de actitudes, y de hacerlo en conjunto con el amor que todos nos precisamos para sentirnos fuertes. Con la esperanza de este cambio, todo será más llevadero; y, por ende, más gozoso. Recordemos que somos el instante preciso para un momento precioso. No avivemos el caos, pues; sino la vida, con mejor hábitat para todos.
El autor es escritor.
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